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Tartufos

Por Alex Solar 

 

Máxim Huerta tiene ahora el dudoso honor de haber pasado a la Historia como el ministro más breve de la democracia. Algo que agregar a su currículo de periodista magazinero y escritor de noveluchas cursis. Se ha despedido con traca, algo muy valenciano, hay que decirlo, despachándose contra “la jauría”, en la que se supongo que también me encuentro por mi artículo anterior junto a Pablo Iglesias, Hernando del PP, Ciudadanos y otros que levantaron sus voces para criticar su nombramiento y posterior derribo.


Huerta decía que empezaba su mandato ministerial con “humildad”, una virtud que como todas las que se autoproclaman es ajena a su personalidad egocéntrica y narcisista. Lo ha demostrado cuando al ser interrogado por sus pufos con Hacienda se disculpaba diciendo que “ése era otro Máxim Huerta”, el de hace diez años, no el actual ministro. O sea, como decía el poeta francés Rimbaud “Je est un autre”. Y al despedirse echando la culpa a los demás de sus propios errores y atribuyendo los justificados ataques contra su figura un afán de dirigirlos de carambola contra el gobierno de Sánchez.


Se va, dice, “porque ama la Cultura” y agrega que “por sobre todas las cosas”. Pues, muy bien, debo decir que le agradezco que en aras de esa deidad tan vaporosa que al parecer consiste para él (que puede) en “ir al cine, al teatro, a la Feria del Libro”, se haya marchado dejando en manos más experimentadas en la gestión de espacios culturales a un digno sucesor. Digo, y espero que este lo sea y que no le hayan pillado ni antes ni ahora ni después con el carrito del helado. Que fue lo que le pasó a Máxim , atrapado en sus propias contradicciones, como dicho sea de paso le ocurrió también a Juan Carlos Monedero, algo que Iglesias parece haber pasado por alto en su denuncia.


No somos virtuosos, la mayoría de los ciudadanos. Hemos pagado facturas en B, casi todos, o hemos hecho la vista gorda ante situaciones evidentemente sospechosas por no meternos en camisas de once varas y perder de paso nuestro trabajo, porque a menudo el que denuncia ha de enfrentarse a la “vendetta” y a lo mejor acabar siendo procesado siendo un inocente testigo de hechos punibles. Por otra parte, hace falta una política fiscal clara, que no cambie las reglas del juego cada dos por tres y que no sea tan vorazmente recaudatoria con el pretexto de entregar servicios y beneficios que no llegan a todo el mundo. Ni el mismo Cervantes escapó de tener líos con el Tesoro, la Hacienda de su tiempo, lo que le costó la cárcel en 1597, no lo olvidemos. Por lo tanto, no creo que sea razonable exigir la santidad moral a esos extremos que se le han pedido a Huerta.


Sin embargo, le honra haber presentado prestamente su dimisión en este brete. Pero más digna hubiese sido su caída si la despedida suya no fuera, como efectivamente lo fue, un portazo sonoro, culpando a los demás de sus errores. Cierto es que observo también una actitud oportunista en Ciudadanos, que aprovechó el incidente para hablar de “improvisación” en la conformación del nuevo gobierno. Me gustaría saber qué habrían hecho ellos en su lugar y qué figuras de prestigio tienen en sus filas para constituir un gabinete mínimamente aceptable. ¿Toni Cantó, por ejemplo, para Ministro de Cultura?


La actitud menos coherente es la del PP, que ya tiene bastante con recomponerse tras los casos de corrupción. Ojalá lo consiga, necesitamos una derecha que presente una oposición desde la integridad y no desde el revanchismo puro y duro.


Me alegra que se fuera Huerta, pero no por las razones esgrimidas por tanto político tartufo. Eso sí que habría sido un calificativo justo , y literario, viniendo del ministro dimitido.

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