PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Un poquito

 

A Babor, por Francisco Pomares

 

Sobrecogido por el incendio que arrasa el oeste peninsular, desde Portugal hasta Asturias, pasando por Galicia, horrorizado por la treintena de muertos alcanzados por el humo y las llamas y sacudido en lo más hondo por la evidencia creciente de intencionalidad. Así me encuentro cuando intento volver a escribir de la farsa catalana, este espectáculo inane que nos entretiene desde hace meses, en el que nadie hace lo que dice que hace ni dice lo que querría hacer. Resumiendo al máximo el patetismo surrealista de la pelea: Puigdemont ni reconoce haber declarado la independencia ni lo niega. Un comportamiento tan poco claro que podríamos colegir que lo que ocurre es que sí declaró la independencia, pero apenas un poquito y durante apenas muy poco tiempo. Lo justo para que los suyos sintieran que lo hizo, y los de enfrente pudieran percibir que dejó de hacerlo. Es curiosa esta independencia de Schrödinger, en la que es imposible saber si el gato cuántico de la soberanía está vivo o está muerto dentro de alguna de esas urnas de plástico, porque cada uno de los actores de la farsa tiene su propia versión de lo que quedó en la caja: setenta firmas sobre un documento oficioso que no tiene más valor que el simbólico, y cada uno de los firmantes cree que lo que firmó significa algo distinto de lo que piensa el firmante de al lado.

 

Frente a eso, frente al poquito de independencia que duró apenas unos segundos, el Gobierno español ha decidido echar a andar el artículo 155, pero también solo "un poquito". Ya sabemos que no se trata de suspender la autonomía, sino de intervenirla para salvarla de la enfermedad inoculada en estos días de ruido y furia. El mismo 155 que antes iba a meter a Puigdemont entre rejas servirá ahora para restablecer el Estatuto, recuperar la legalidad constitucional y convocar elecciones lo más rápido que se pueda. El Gobierno de Rajoy aún debate cuáles serán los pasos de este recorrido: desde luego, habrá que seguir controlando Hacienda, pero también hay que hacerse con Interior y con los "mossos", por si las moscas: si hay que volver a sacar porras, que esta vez sean porras catalanas, las que repartían leña antes del 1-O, que tan bien se les daba? A lo mejor ni hace falta si la cosa se limita a Hacienda e Interior. Pero ¿y si hay que sustituir a Puigdemont? ¿Y si el Govern en pleno decide irse con él? ¿Y si los partidos de la independencia se niegan a participar en unas elecciones convocadas por Madrid?

 

Hay quien cree que esto va a ser coser y cantar, pero no es así: vamos a pasarnos al menos un par de meses en el tira y afloja, y al final, mientras Rajoy embrida la rebeldía y reconstruye pacientemente la legalidad constitucional, mientras los jueces hacen a su propio ritmo su trabajo de lluvia fina, aquí vamos a seguir casi igual que al principio. Porque para los problemas complejos no hay soluciones fáciles, y el encaje de Cataluña en España no puede basarse -como ha ocurrido hasta ahora- en ceder más y más. El Estado tiene que hacer lo que le toca hacer, que es restaurar la legalidad, y desde ella ofrecer al país -y a Cataluña- un marco razonable para el entendimiento. Un marco que permita la conllevancia orteguiana durante otra generación. Para eso hacen falta acuerdos con al menos una parte del nacionalismo, y es difícil dialogar con quien se niega a hacerlo, con quien pone como condición irrenunciable para hablar que tú renuncies a defender tus propias ideas o condiciones. La solución pasa por resolver esto siguiendo el modelo surrealista de Puigdemont. Un poco de 155, un poco de diálogo y todo el "seny" posible, mientras las cosas de verdad nos siguen ocurriendo: arden los montes y ciudades y muere la gente asfixiada.

Comentarios (0)