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Una guerra silenciada

  • Francisco Pomares
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    Naciones Unidas confirmó ayer que los primeros cien días de la guerra en Ucrania han provocado ya más de 4.100 muertes de civiles ucranianos, entre ellos más de doscientos niños. Aún siguen pendientes de identificar los cuerpos de 1.282 adultos y 67 niños de entre esa enorme cifra de fallecidos ajenos al conflicto directo entre el ejército ruso y la defensa ucraniana. Más de cuatro mil muertos civiles se nos antoja una enormidad, una catástrofe enorme para un país de 44 millones de habitantes, un precio inaceptable en vidas humanas, poco menos de uno de cada diez mil ciudadanos de la nación. Un porcentaje algo superior a uno por cada diez mil habitantes res el de fallecidos por Covid en España –con 47  millones y medio de habitantes- desde que empezó la guerra en Ucrania. Desde el 24 de febrero, hasta anteayer, dos de junio  nuestro país había contabilizado con certeza la muerte de 5.554 personas –la mayoría de ellas mayores de 60 años o con problemas previos al Covid- desde el 24 de febrero. El Covid mata -en números totales y porcentaje sobre la población- más civiles en la España normalizada de los que la guerra criminal de Putin asesina en Ucrania.

     

    Lo sorprendente no es que ocurra eso. Sucede en España y en casi todo el mundo desarrollado: a pesar de las campañas de vacunación y de un mejor conocimiento de la enfermedad, el Covid sigue acabando con miles de vidas humanas. La mortalidad efectiva se ha reducido desde marzo de este año en más de la mitad, pero aún así, seguimos estando muy por encima de los parámetros en los que se considera que la pandemia estaría bajo control. Lo que ocurre es que después de dos años de intentar poner freno por todos los medios conocidos a la enfermedad –confinamiento, restricciones de todo tipo, control de la vida social, estado de excepción., vacunación masiva…-,  la Administración ha decidido rendirse ante el Covid y asumir que ya no hay más que hacer. Es una opción respetable, de hecho es la que se aplica tradicionalmente frente a las enfermedades infecciosas: intentar resistir y protegerse en los momentos de mayor impacto de la peste, y ceder cuando la inmunidad avanza y las muertes disminuyen. Pero que ese sea el sistema más seguido por todos, no significa que no haya otros. China, más preparada ante esta y otras pandemias, tras haber sufrido distintas oleadas de gripes, y mucho más disciplinada socialmente que las sociedades del mundo occidental (es probable que más por confuciana que por socialista) ha optado por aplicar manu militari restricciones infinitamente más duras que las nuestras. En China se han contabilizado sólo 5.226 muertes desde el inicio de la enfermedad, menos que en España en estos cien días. Y eso con 880.000 contagiados, en un país con 1.400 millones de habitantes. Se trata de cifras que podríamos atribuir a la propaganda si no ocurriera que en otras naciones no autoritarias del continente –Corea del Sur, Japón, Singapur, Tailandia- se repiten también cifras mucho más bajas que en Europa y EEUU. Y es que la gente allí se toma su salud mucho más en serio. No todas las sociedades son iguales. La respuesta que se logra con una instrucción en China puede ser muy difícil de imponer en España.

     

    Pero lo que a mí me resulta incomprensible es este silencio manipulador sobre el hecho de que la enfermedad –en casi todo el mundo- sigue provocando enormes estragos, cuando ya han pasado casi dos años y medio tras su inicio en el mercado de Wuhan. Seguimos en guerra con el Covid, y se trata aún de una guerra que está muy lejos de ser ganada del todo. La normalidad que hemos aceptado –porque la necesitábamos y queríamos- comporta riesgos.  Desde que se decretó la tercera nueva normalidad, y se cambiaron los protocolos para dar a conocer las cifras de contagiados, y de muertos, actuamos como si ya no ocurriera nada. Más de 50 muertos diarios en los últimos cien días nos dicen que sí ocurre, que la enfermedad resiste aunque los medios y administraciones hayan decidido actuar como si aquí ya no pasara nada. Lo hagan por salvar la economía de su hundimiento, o porque ha llegado el momento de reaccionar, o porque existe la evidencia científica de que es inútil protegerse más, el silencio no contribuye en nada a dar una respuesta correcta ante esta crisis.

     

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