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Veinte años

 

Por Francisco Pomares 

 

El mismo día -y casi a la misma hora- que el exalcalde Miguel Zerolo entraba en prisión, el personal de La Opinión cerraba un acuerdo con la empresa propietaria para proceder al cierre del periódico de provincias que desveló el caso Teresitas, publicó la denuncia de Ínsula Viable contra Zerolo y sus concejales, investigó la trama empresarial y financiera del pelotazo y consiguió romper la vieja omertá de los medios chicharreros con el poder político y económico.

 

Se trata de un apunte final para la pequeña historia de un medio pequeño, que nació para cambiar el periodismo tinerfeño, abriendo paso a un ejercicio de la profesión nuevo en las formas, pero que en el fondo es el periodismo de verdad de siempre, independiente en lo político, pero implicado con las realidades y los sueños de la Isla, los intereses de esta tierra y de sus gentes. Un periodismo preocupado por la decencia pública, que también denunció las golferías en el Ayuntamiento de Arona y las llevó a la Fiscalía Anticorrupción (dónde, por cierto, no fueron atendidas), un periodismo que se enfrentó a las guerras de mafias en el Sur y ayudó a meter en una prisión británica al rey del time sharing, John Palmer. Un periodismo que denunció las componendas urbanísticas en Añaza, las licencias clientelares, el despilfarro público y la miseria social de una época en que el dinero campaba a sus anchas. Un periodismo que hizo frente al discurso xenófobo de los años de inmigración descontrolada, que defendió la convivencia y la tolerancia, el respeto a las minorías, el imperio de la ley y el sentido común. Un periodismo que nació para ser portavoz y escaparate de un Tenerife distinto, basado en el respeto a nuestros recursos y en la mejora de nuestra oferta, sin envidias ni enfrentamientos estériles con el resto de las islas. Un periodismo convencido de su papel: ser el retrato de una sociedad en desarrollo en un mundo transformado por la integración de las economías, la fusión de culturas y el impacto arrollador de las nuevas tecnologías.

 

Era un periodismo ambicioso y peleón, que logró soportar lo peor de esa tormenta perfecta que resultó ser la triple crisis que sacudió los medios escritos: crisis de lectores, crisis económica y crisis de modelo. La Opinión resistió todo eso: lo hizo gracias al esfuerzo de sus periodistas, técnicos y gestores, y al sentido del riesgo de una empresa comprometida con Tenerife que asumió con generosidad pérdidas y sinsabores.

 

La oportunidad de incorporar el primer periódico de Tenerife, El Día, al grupo Prensa Ibérica, trastocó la historia: la situación de la prensa escrita sigue siendo difícil, y había que optar por concentrar esfuerzos y garantizar el éxito de una cabecera. Y eso es lo que se ha hecho. Prensa Ibérica sabe de periódicos: ése es su negocio y su vocación, en sus medios ha apostado siempre por un periodismo de redacción de periódico, pegado a lo local, defensor de lo cercano, pero consciente de que todo lo que pasa en el mundo nos afecta. Un periodismo implicado en lo menudo, pero aferrado a la creencia de que todo el planeta es nuestra casa. Un periodismo que es hoy -en medio de las guerras de audiencia de las empresas multimedia, de la manipulación de la verdad por periodistas vedettes y de la trágala política de los telediarios- el mejor periodismo que se hace.

 

La Opinión cierra, pero el esfuerzo de estos veinte años no va a ser inútil: su estilo de periodismo, la mayor parte de su equipo humano, la ilusión de un periodismo diferente, encuentran ahora cobijo en un proyecto más grande, más seguro, más preparado para hacer frente al reto que supone este vertiginoso tiempo de cambios. Y ése es el sentido del acuerdo suscrito entre trabajadores y empresa: contar con las ideas y pulsiones de un periódico joven que siempre tuvo voluntad de rigor, de fiabilidad, de honradez y buenas prácticas. En un mundo cada vez más complicado y peligroso, los medios de comunicación se ven todos los días sometidos a la tentación de la inmediatez, el trazo grueso y el impacto dirigido a excitar la difusión. Es fácil sucumbir a ese modelo jaleado en las redes, la televisión y la prensa del corazón, un modelo que confunde la libertad con la provocación, la independencia con la falta de criterio y la información con el espectáculo. Frente al recurso de lo fácil, los periodistas tenemos nuestros viejos trucos. Los periodistas de La Opinión aplicaron a diario durante años tres infalibles tretas del oficio: la distancia del poder, el respeto a los lectores y el afecto a los hechos.

 

Dice el tango que veinte años no son nada, y es mentira. Para quienes hicimos desde el primer día ese pequeño gran periódico, esos años desde que se empezó a preparar la primera edición, en abril de 1999, han sido mucho más que nada: han sido los mejores de nuestras vidas. Cuando miramos hacia atrás, el tiempo adquiere una textura difusa. Recordamos el primer día del periódico en los kioscos como si tan sólo hubieran transcurrido unas pocas semanas. La memoria se confunde y nos provoca este curioso espejismo, haciendo que lo vivido con más intensidad se nos aparezca más próximo. Así ocurre con todo lo bueno que nos sucede en la vida. Siempre recordamos como especialmente cercano lo que más queremos, lo que más ha influido en la formación de nuestro carácter o nuestras ideas: la primera excursión, el primer beso a hurtadillas, el primer trabajo, el nacimiento de los hijos, sus primeros pasos... se recuerdan siempre con el afecto y el apego que se reserva a los asuntos que han calado en el alma. Nunca olvidaremos este tiempo vivido. Es verdad que la Historia no es precisamente justa con los que no ganan la partida, pero la historia de los días que vienen la seguiremos escribiendo nosotros: mañana empiezan días nuevos y mejores.

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