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Venezuela

 

Por Francisco Pomares 

 

Son decisiones absolutamente trascendentes, que se producen mientras se gana tiempo para lograr dos objetivos: el primero, la creciente implicación internacional, que persigue aislar absolutamente al régimen de Nicolás Maduro, hoy respaldado exclusivamente por sus aliados económicos e ideológicos tradicionales -Rusia y China- y por los clientes sudamericanos más próximos al modelo tiránico de la dictadura de Maduro (Cuba, Nicaragua y Bolivia), países gobernados por regímenes dependientes de la generosidad de Maduro con el crudo venezolano.

 

El segundo objetivo es crear fracturas en el monolítico entramado del Ejército bolivariano, uno de los estamentos más corrompidos del país, y al tiempo más mimados por Maduro, y que reaccionó casi como un solo hombre, junto con la otra institución controlada por el régimen -el Tribunal Supremo- en defensa de la continuidad de la dictadura.



Sin embargo, a pesar de las declaraciones rimbombantes de jueces y militares, no se ha producido el cumplimiento de las instrucciones que perseguían aislar a Guaidó o detenerlo, y lo que sí se perciben son tímidos movimientos en algunos destacamentos militares o en personalidades chavistas, como la diputada Perfecto, que ayer abandonó el chavismo para incorporarse a las filas de la Asamblea Nacional...

 

Todo apunta a una situación de empate técnico, en el que el definitivo desencadenante del bloqueo vendrá determinado por la actuación de los militares. Puede que sea un proceso lento, pero algunas ofertas realizadas por el presidente en funciones, Guaidó, anunciando una amnistía general para los que cambien de bando, o las gestiones de la diplomacia USA con altos cargos de la cúpula militar podrían acelerar las cosas.

 

Maduro ya acepta unas elecciones a la Asamblea, manteniendo el poder presidencial. Pero eso es precisamente lo que se quiere evitar. Maduro debería irse pronto si no quiere ser responsable de un auténtico baño de sangre en Venezuela: el suyo y el de quienes lo defiendan.

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