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Viajar leyendo

Por Álex Solar 

 

Paul Theroux , uno de los escritores viajeros más importantes de nuestro tiempo, opina que quien no viaja es un muerto viviente que camina, como decía el poeta Whitman de los que vivían sin amor, hacia su propio funeral. Nómada impenitente, el autor estadounidense resume su experiencia de medio siglo de trotamundos literario en “El Tao del Viajero”, una recopilación de citas de exploradores, escritores y andariegos ilustres como el Dr. Johnson, Richard Burton, T.E. Lawrence, Graham Greene, Jean Cocteau y otras suyas de sus numerosos libros.

 

Hacer turismo no es viajar, en un sentido estricto. Theroux lo explica: “Los turistas no saben donde han estado. Los viajeros no saben adonde van .El viaje no es ninguna vacación y a menudo es lo opuesto al descanso”. El viajero pertenece a la misma raza iracunda de los poetas, camina sin descanso para no llegar a ninguna parte, excepto al pozo sin fondo de su alma. El viaje lo transforma y es así como Ernesto “Ché” Guevara escribe en sus Notas de Viaje : “Como poco no soy la persona que era antes”. Los aventureros que cruzan las desoladas extensiones del Ártico o escalan los ocho miles no lo hacen por puro placer sino para satisfacer un deseo inefable. Los animales buscan siempre un refugio cómodo, alimento, seguridad. El ser humano, no. Hacemos cosas absurdas, que ponen en peligro nuestra subsistencia, tal vez para reafirmarnos en nuestra humanidad.

 

Alguna vez, en mi juventud, fui un viajero iracundo (a ratos, poeta) y anduve entre selvas y montañas buscando una Arcadia donde nadie fuese menos que nadie y reinara la fraternidad entre los hombres. Me encontré a niños y a ancianos vestidos de verde olivo, cargando un fusil, o a veces también un gallo , para el camino, en lejanas encrucijadas tropicales. Y a familias que lloraban a sus muertos en combate para librarse de una dictadura (para finalmente caer en otra). Ahora ese camino recorrido con poco equipaje y grandes ilusiones es solo un recuerdo y me parezco más a la figura del sedentario que Theroux llama “muerto viviente”, vegetando ante un televisor.

He salido de casa, no demasiado lejos, para observar un poco el mundo exterior. Me han aburrido mortalmente las autopistas, la monotonía y la aridez del paisaje, la danza enloquecida de las caravanas de vehículos en marcha hacia el descanso o más bien al desenfreno, en plena operación salida estival. Me detuve en un punto de la costa levantina llamado Vila Joiosa (la Villa Alegre, en valenciano) ,un antiguo puerto de pescadores que, como ocurre en la Costa Blanca, ha sucumbido al empuje del turismo. Cuando paseaba por sus callejuelas multicolores de enloquecida arquitectura, desde un balcón abierto sonaba una voz femenina que acompañada de una guitarra cantaba una vieja canción italiana. Me pareció un momento casi mágico. Una pareja compuesta por un turista europeo y una bella joven negra pasó por delante de un grupo de gentes que tomaban el fresco en una placita. Una niña exclamó:”¡Vaya…todas las negritas van con los blancos!”…

 

La excursión acabó en el populoso Sant Joan y su playa, refugio burgués de turistas madrileños que abarrotan sus arenas y sus altos edificios que parecen pajareras de cristal y cemento. Devoramos unos espantosos bocadillos en un food truck, que son la última moda, y regresamos al hogar dulce hogar, donde me esperaba el libro de Theroux. A estas alturas, es mejor viajar leyendo que contemplar la decepcionante realidad del mundo, como decía un personaje de Huysmans, el duque Jean Floressas des Esseintes. “Después de todo, ¿qué hay de bueno en moverse, cuando se puede viajar tan magníficamente sentado en una silla?”.

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