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Cuidado con el cambio: de Guatemala a Guatepeor


El sondeo de intención de voto publicado estos días por Canarias 7 y Diario de Avisos arroja datos que podrían ser muy preocupantes, y merecen cuanto menos ser objeto de reflexión antes de que el desastre puede llegar a producirse y después no ocurra que nos lamentemos todos tras el 24 de mayo, cuando ya nada pueda hacerse. La disgregación y atomización del voto que se atisba en estos momentos, a falta de poco más de un mes para las elecciones, con la irrupción de nuevas fuerzas emergentes canalizadoras del voto del cabreo, (como Podemos aunque bien es cierto que cada día pierde más credibilidad) podría llevar a que en el Cabildo de Lanzarote entren en escena hasta un total de siete fuerzas políticas, o sea un guirigay de partidos que hagan imposible la gobernabilidad de la primera institución insular, precisamente en un momento histórico y político donde, si es verdaderamente necesario dotarnos de estabilidad, altura de miras y racionalidad, no sólo en las instituciones de Lanzarote sino también en el Gobierno de Canarias, es justo ahora.

 

Según la encuesta, en el Cabildo las tres fuerzas tradicionales perderían apoyo popular, si bien CC sería la que menos acusaría la caída, pasando de nueve a ocho consejeros; el PSOE, perdería entre uno y dos y el PP quedaría con cuatro de los seis actuales. El PIL mantendría su representación con tres consejeros, Alternativa continuaría con uno, e irrumpirían en el arco cabildicio Nueva Canarias y Podemos, con entre uno y dos representantes cada una de ellas. Si se celebraran las elecciones a día de hoy sería necesario, como mínimo, un pacto de gobierno a tres bandas, lo que supone acuerdos de gobernabilidad muy difíciles, ya que normalmente la fuerza con menos apoyo popular se convierte en bisagra y al resto de las fuerzas más votadas no les queda otra que someterse en muchos casos al chantaje de la que menos representación ha obtenido, paralizando muchas de las iniciativas que la mayoría de los ciudadanos hubieran querido que salieran adelante.

 

Y aunque se repite el mantra de que esto es la mejor expresión de la máxima de que “cuantas más fuerzas representantes de la voluntad popular más democracia”, desafortunadamente nuestra inmadurez política nos llevaría a darnos de bruces con la tozuda realidad: y veríamos de nuevo que ese ideal romántico, esa suerte de sueño de democracia en estado puro, se convertiría en la práctica en un desastre de ingobernabilidad de proporciones incalculables, donde, movidos por intereses personales y partidarios, cuando no por una excesiva ideologización de los asuntos públicos, no saldrían adelante numerosas iniciativas de vital y crucial importancia para esta isla. O sea una catástrofe para Lanzarote de la que no queda otro remedio que hacernos conscientes para evitarla antes de que ocurra. El nuevo escenario podría quedar muy complicado y volver a páginas pasadas de inestabilidad institucional que marcaron la negra historia política conejera que nos llevó a la parálisis y al estancamiento, y algunas de cuyas consecuencias, todavía a día de hoy, seguimos arrastrando.

 

Los ciudadanos quieren –queremos- un cambio y es lógico, pues es cierto que los partidos políticos tradicionales necesitan una reforma en profundidad y dar respuestas a las exigencias que la ciudadanía pide. Pero puede ocurrir, y mucho nos tememos que podría ser así, que el voto del cambio se canalizase exclusivamente como el voto del descontento y quedase simplemente en un voto irreflexivo fruto del cabreo, más para tratar de dar un castigo a quienes indudablemente han hecho en muchas ocasiones muy mal las cosas, que en un voto de la verdadera transformación, que al fin y al cabo sea el que promueva la regeneración y mejore la política, la instituciones y la sociedad. Se puede votar con toda la ilusión, y hasta con toda la indignación del mundo, pero como en cualquier faceta de la vida es mejor no actuar bajo el enfado, sino reflexionar y ver las consecuencias de nuestras decisiones. No vaya a ser que el portazo sea tan fuerte que la puerta nos dé en la cara, y al final pasemos de Guatemala a Guatepeor, como dice el dicho. Entonces sólo nos quedará el arrepentimiento. Hay que actuar con cabeza y sentido común. Y precisamente lo debemos hacer porque todos queremos un cambio.

 

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