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La Graciosa, ¿un paraíso perdido?

 

La Graciosa se ha transformado en las últimas décadas. Es evidente, pero también lo es que ese cambio ha sido a mejor. Sus habitantes han pasado de sobrevivir en unas condiciones duras y complejas, exclusivamente de la pesca, a beneficiarse del sector turístico. Si hace treinta años los gracioseros apenas podían mantener a sus familias, en la actualidad pueden vivir holgadamente gracias al alquiler de viviendas, de bicicletas, a los paseos en barco, las inmersiones submarinas y los negocios de hostelería. Sí, La Graciosa ha cambiado, de la misma manera que también lo ha hecho Lanzarote y el resto del país. Eso no significa, tal y como pretenden los más agoreros, que haya dejado de ser un paraíso. Si antes vivían allí 500 personas ahora, décadas más tarde, lo hacen apenas 700, y viven mucho mejor que antes. Es cierto que se construyó mucho y muy seguido en la década de los noventa, pero desde entonces, por problemas de planeamiento y por la propio burocracia, apenas se ha edificado nada. Es cierto que hay muchos coches, pero no más de los que había hace una década… La Graciosa ha cambiado, es cierto, pero a pesar de los gritos de los catastrofistas, sigue siendo un lugar único y singular cuyos habitantes deben, no obstante, sortear ciertos peligros. Y estos peligros se hacen más evidentes justamente en el mes de agosto, en pleno apogeo de sus fiestas, cuando sus calles de tierra se llenan de turistas y de lanzaroteños que pasan allí sus vacaciones. Esa es la imagen que asusta a muchos, sobre todo a los lanzaroteños que quieren preservar allí su reserva particular, pero no podemos olvidar que sólo se repite una vez cada doce meses. El resto del año, todo vuelve a la normalidad. Evidentemente es preciso buscar el equilibrio, evitar un sobrecrecimiento no deseado por nadie. Y es que es cierto que el parque móvil graciosero es demasiado elevado para un territorio tan reducido, pero también lo es que desde hace décadas lo lleva siendo. No es nada nuevo. Será, por tanto, necesario buscar fórmulas para que el desarrollo no provoque males no deseados. Regular su expansión para preservar su excelencia. Por eso este el momento de reflexionar y sentarse a trabajar. Es ahora cuando hay que decidir qué se quiere hacer, a dónde quiere ir La Graciosa y cómo se deben hacer las cosas para que la octava isla no muera de éxito. En esta reflexión deben tomar parte importante los propios gracioseros, ya que son ellos los más interesados en que todo evolucione para mejor, y no, como siempre, dejar este tipo de decisiones, de una manera paternalista y poco inteligente, en agentes exteriores. Nadie mejor que los gracioseros para mantener su modo de vida actual y preservar su pequeño paraíso. No se puede llevar las cosas al extremo. No hemos perdido un lugar paradisiaco. De hecho, la octava isla podrá seguir siendo un paraíso siempre que se sigan respetando los equilibrios propios de una Reserva de la Biosfera y Parque Natural Protegido, siempre que se sepan evitar los peligros que acechan a cualquier territorio frágil. Si las cosas se hacen bien, el futuro de La Graciosa está asegurado.

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