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Carta a Sandra

Por Pascual Calabuig 

 

- ¿Otra más padre?


- Si hija mía y mil más si hubiera tanta tinta, pluma, papel y vida para escribirlas. Te hago saber que de aquí nació la historia de la que resulta el juramento de escribirte indefectiblemente una carta aniversario mientras viva.


- ¿Recuerdas?


- Quizás tú no porque estás muerta pero yo sí. Todo empezó cuando recién fallecida tú, y envuelto yo en tristeza y silencio, imaginé una conversación tuya en el cielo en la que una nueva amiga tertuliana celestial te preguntaba: "¿Por qué tu padre que ha escrito de todo y de todos no ha escrito nada de ti?" 

 

Y era cierto. ¡No había escrito! Lloré más que nunca en mi vida y me propuse que cada día cinco de abril, como aquel de tu muerte, te escribiría una carta homenaje en la que rememorar año tras año tus muestras de cariño, caricias, sonrisas y anécdotas de los buenos momentos que nos dimos.


Desde entonces llegar a la siguiente cita ha sido para mí una inquietud y uno de los mayores estímulos para continuar viviendo las secuencias de cada año y así vamos ya por veinticuatro.


No te imaginas hija cuantos padres y madres recuerdan a su fallecidos a través de estas misivas que yo te escribo y la esperan fielmente para compartirla. Compartir el pesar de ellos quizás me ayude a sobrepasar el mío.


¡Cuántas cosas tuyas mezcladas me quedan aún por contar, iguales a las mías porque vivían y ahora están muertas como tú! Por eso me da la impresión que éstas, mis cartas, son como las de otros padres y madres para sus hijos muertos, confundiéndose las muestras de pesar de unos y de otros, tal y como ellos me han reflejado multitud de veces. Cada cual vive y comparte lo que el destino le depara. Así llego a este vigésimocuarto aniversario, acompañando el pesar colectivo, temblando por la duda de si llegaré al próximo para seguir cumpliendo el juramento.


Llegado el próximo día 5 de abril proclamaré "¡He vencido¡" y si no es así, solo el sentimiento decaerá y la intención y el deseo permanecerán en el eterno viaje de amor emprendido por el poderoso drago y la rosa roja de tu jardín, Sandra, sin nada que los afecte.


Mientras, sigo atendido por los más cercanos de la familia con su consuelo, ánimos y medicinas, especialmente por tus hermanos, posiblemente sea el último aniversario.


Terminado el camino hay que agradecer a mis directores, mis compañeros y a mis lectores por haber hecho y compartido como suyos alegrías y pesares de sus propios mal o bien aventurados. Para que tu alma llore, si los muertos lloran, aquí termina la última carta a mi hija Sandra.


Adiós hija mía.

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