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De volcanes, la vida, y sus fantasmas

 

Andrea Bernal

 

La vida dibuja líneas que desconocemos.

 

Un volcán tiene los círculos que observan la humanidad. No los apreciamos fácilmente porque están ahí como ajenos, subyacentes, escondidos. Ojos de la naturaleza.

 

Un volcán crea y destruye: Poiesis. Esa bella palabra griega “poiein” que significa hacer.

 

La furia de la naturaleza, que no es jamás furia humana; hace replantearnos nuestra existencia.

 

Los niños juegan en el patio con sus balones – otro modo de circularidad-  y hoy me parecen casi anónimos: Hormiguitas que corretean en dispersión. Mientras ellos juegan en Lanzarote, otros niños de La Palma viven las peores horas de sus vidas.

 

La vida pende de hilos rojos y son a veces sus estruendos y relámpagos los que nos re-construyen. Los ríos de tinta anaranjada, el polvo oscuro y los materiales piroclásticos provienen de una garganta.

 

La garganta magmática es bien conocida por cada uno de los seres de la naturaleza. Los peces presienten cuando abre su boca y los pájaros huyen. La garganta magmática es naranja, ese color que estos días envuelve el comercio con “Halloween”.

 

Nosotros no la conocemos. Para conocer la garganta magmática se necesita renacer, colocar una semilla en cualquier parte, empezando a veces por el corazón de uno mismo.

Toda vida puede ser al tiempo roja y negra. Se trata de conocer nuestra propia vulnerabilidad  y respetar cada pétalo íntimo que la natura nos ofrece.

 

 

Un volcán destruye y crea. Lo más negro, la lágrima más honda que estos días se expande en La Palma, será mañana un espacio de brotes. La espontaneidad mientras tanto, ese fantasma que rugió un día y abrió su boca, es, no lo olviden, lo único verdadero. Tal vez como Deleuze, tal vez un espejo de Lacan, tal vez como enigmas que conviven con nosotros, los fantasmas están mucho más cerca de lo que pensamos.

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