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Educación y redes sociales: una cuestión de perspectiva

Por Kilian González, miembro del Foro Centro Atlántico de Pensamiento Estratégico sobre la TCSC

 


Es sabido por todos que las nuevas generaciones mantienen un estrecho vínculo con la tecnología, y ellos mismos no son capaces de imaginarse un mundo sin dispositivos inteligentes ni redes de comunicación virtuales. Para un nativo tecnológico, muy probablemente volver a la situación en la que nos encontrábamos cincuenta años atrás podría compararse con el fin del mundo.

 

Existe una gran cantidad de estudios que analizan el uso y el consumo de Internet por los jóvenes. Todos ellos coinciden en la gran frecuencia con la que los adolescentes emplean los dispositivos tecnológicos para enviar y transmitir datos. En un informe publicado por el Instituto Nacional de Estadística en 2015 se ven claramente las cifras de las que hablamos. Casi un 100% de la población comprendida entre los 16 y 24 años había hecho uso de la red en los últimos tres meses.

 

Otras encuestas han analizado cuál es la finalidad de ese acceso a Internet (Ipsos). La gran vencedora en este aspecto es la comunicación, y más concretamente, la comunicación a través de redes sociales.

 

Desde el punto de vista de la educación más tradicional, el uso de la tecnología nunca se ha visto con buenos ojos debido a la creencia de que los aparatos digitales suponen una distracción ineludible. Es una cuestión de perspectiva en la que unos verán los puntos negativos de las redes sociales por encima de los positivos y otros lo harán al revés.

 

Quizás lo que falta en el mundo no es la información sobre qué son o cómo funcionan las cosas, sino las ganas de informarse sobre ellas.

 

Una red social es una comunidad donde un grupo de gente intercambia información y contenidos multimedia de manera virtual. En las redes sociales, como en prácticamente todo hoy en día, lo que prima es la instantaneidad, la capacidad para compartir algo en el momento actual o reaccionar sobre la marcha ante el torrente de información compartido por otros.

 

Desde la aparición de los smartphones y las tarifas de datos que posibilitan su acceso a Internet, el uso de redes sociales no ha hecho más que incrementar, sobre todo entre los más jóvenes, y a veces incluso de una manera incontrolable.

 

En el área docente nos encontramos ante un dilema: ¿Qué debemos hacer? ¿Smartphones en la escuela, sí? ¿O smartphones en la escuela, no?

 

Es bastante probable que las comunidades educativas que presentan restricciones ante el uso de dispositivos móviles estén tratando de mantener viva una lucha que han perdido hace tiempo pero negándose a asimilarlo.

 

En vez de eso, quizás la mejor solución sea comenzar a aceptar la presencia de estos aparatos y de las redes sociales como una parte activa del proceso de enseñanza y aprendizaje que se lleva a cabo en los centros educativos y fuera de ellos.

 

Los que no lo hayan hecho ya, deberían tratar de hacer un esfuerzo por ver las redes sociales de manera positiva: como un lugar de participación, creación, colaboración, aprendizaje y conocimiento.

 

Obviamente si abrimos el paso al uso de redes sociales en educación tendremos que enfrentarnos a problemas derivados de ello: ciberbullying (acoso psicológico virtual), sexting (envío de contenidos de tipo sexual), grooming (acoso y abuso sexual contra menores) y problemas de usurpación de identidad.

 

Las situaciones anteriores son casos muy extremos, pero es importante que todos las conozcamos para saber a qué nos enfrentamos y poder pensar en estrategias que nos permitan atajarlas a tiempo.

 

En contrapartida, las redes sociales nos ofrecerían una fuente inagotable para desarrollar recursos educativos; nos abrirían nuevas vías de comunicación con las que interactuar con el alumnado; eliminaríamos las brechas físicas que imponen las aulas; incentivaríamos la creatividad y la innovación, e incluso facilitaríamos que los estudiantes más tímidos se involucrasen en la actividad docente.

 

Quizás lo más importante de todo es que estaríamos realizando un esfuerzo por comprender cuál es y cómo funciona el mundo en el que se mueven las nuevas generaciones. Y esto es algo que ellos sabrán valorar positivamente.

 

En el fondo se sienten huérfanos digitales que no reciben ningún tipo de guía que les ayude a desarrollar su identidad digital. Esta identidad digital de la que tanto se habla y a la que la gran mayoría de nosotros tampoco le hemos prestado la suficiente atención.

 

Tiempo atrás podíamos establecer una separación entre nuestra identidad real y nuestra identidad digital, pero con el transcurso de los años la frontera entre ambas parece haberse diluido en la mayoría de los casos. Hoy en día el trabajo se ha duplicado y debemos cuidar las dos.

 

Las redes sociales son los caminos principales que nos permiten desarrollar la identidad virtual. Las podemos clasificar en horizontales (redes sociales de propósito general) y verticales (redes sociales con un público objetivo concreto).

 

La red social de carácter horizontal más extendida es Facebook, mientras que algunas de las verticales más famosas son Twitter, Instagram, YouTube, LinkedIn, Flickr, Pinterest o Tumblr.

 

Si decidimos hacer uso de estas redes sociales en educación, una de las primeras preguntas que tendríamos que resolver es cuáles de ellas vamos a utilizar: ¿Verticales? ¿Horizontales? ¿Ambas?

 

Es muy probable que la respuesta no sea única y debamos ajustarnos a la tendencia del momento. La flexibilidad de los docentes para adaptarse a los cambios es una competencia indispensable para que estos formen parte íntegra de la sociedad del siglo XXI.

 

Centrarnos en redes exclusivamente educativas lo único que conseguiría es abrir todavía más la brecha entre alumnos y profesores. Los nuevos desafíos requieren de soluciones proactivas de modo que seamos capaces de anticiparnos a los problemas y a las necesidades del futuro.

 

Los padres son un pilar fundamental en este aspecto y la gran mayoría vive ajeno a todo lo que les sucede a sus hijos en el terreno virtual. Los progenitores no deben descuidarlos en dicho campo, deben aconsejarles sobre el adecuado uso de las redes sociales e interactuar con ella en equipo. Una buena iniciativa de apoyo a los padres en este ámbito sería la creación de una escuela de padres que asesore acerca de cómo actuar frente a estos nuevos desafíos.

 

La tecnología lo intensifica todo: lo bueno y lo malo. Está en nuestras manos controlar lo malo y saber aprovechar lo bueno.

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