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El camello de Lanzarote

Por Antonio Lorenzo

 

 

Un proverbio árabe dice: "Dios al crear el desierto reparó el error creando en él al camello". Una vez escribimos, con pretendidas dosis de humor, que cuando Dios creó a los animales, el primero fue el caballo con las piezas mas bellas y el último el camello con las sobrantes. Después he meditado mi error; y que seguramente el Creador, antes que nada pensó, además del desierto que dice el proverbio, en el paisaje de Lanzarote y su campesino y fabricó el primer camello adaptándolo a sus necesidades. La anatomía del camello es la de un ser tenido en cuenta para las características de lo que nuestra Isla y sus habitantes serían con el tiempo. Su andar lento apropiado al clima caluroso y a la parsimonia del campesino; las largas patas para que el serón y el vaso con la paja no llegaran al suelo, pero que tuchido se adaptaba a la altura de su acompañante y la ancha plataforma de sus pies concebida para no enterrarse en las arenas que arrojaría Timanfaya; la voz de alarma en sus momentos de verdadero peligro, en forma de falsa lengua sonora, roja y espumosa que asomaba entre los alambres del sálamo, y su talón de Aquiles, que no era talón sino punto en la cabeza que debidamente presionado por el experto camellero, que lo denominaba el matadero, lo dejaba completamente desarmado. Hasta su cadáver, cuyos huesos, como diría el poeta, posiblemente aún blanquean en la caldera de Montaña Mina, sirvió de mantenimiento de aquellas bandadas de guirres, tan añoradas no solo por los ecologistas, y en peligro de extinción por falta de sus amigos póstumos y alimento, los camellos.

 

Los artistas plásticos y los creadores literarios se han ocupado constantemente del camello, Otro proverbio árabe dice: "Entre la cosas que Dios ha dado al hombre, dos son las mas hermosas: El rostro risueño de una joven virgen y un hermoso camello". Don Antonio de Viana: "No hallaron en ellas animales / dañosos porque nunca los criaron / aunque en algunas de ellas habitan / los soberbios camellos corcovados". Don Luís Fajardo Hernández bajo el título "Palabras y cosas", editado por la Universidad de La Laguna en 1944, y reeditado recientemente, y don Leandro Perdomo nos hablan del camello. El insigne don Isaac Viera en su libro "Costumbres canarias" nos cuenta del majorero que hizo la promesa de traer el camello a San Marcial, en Femés, si escapaba de la epidemia de garrotejo. Lo entró en la iglesia y puso dos onzas en la alcancía. Don Agustín Espinosa arma al camello de Lanzarote con el sable que arrastra. El farmacéutico que fue de Arrecife don Cipriano Arribas y el antropólogo doctor René Verneau, se refieren a los camelleros; si bien al último no debió irle muy bien el trato con ellos, con los camelleros, de los que despotrica. Un eminente, don Miguel de Unamuno nunca lo denominó dromedario, como a algunos les parece ser forma mas culta y científica, sino que siempre los nombró camellos. Refiriéndose a la Fuerteventura de su confinamiento: “Sufrida y descarnada cual camello" o "La aulaga es esqueleto de planta, la camella es casi esquelética y Fuerteventura es casi un esqueleto de isla". Don Agustín de la Hoz habla de Pablo el Fino, el camellero que llevó al joven rey Alfonso XIII a la Mareta del Estado, y a quien llamó, saltándose el protocolo por él ignorado, "mi niño". Cesar, en sus magníficos murales del Parador, da auténtica vida al campesino y marinero lanzaroteños, y retrata de forma asombrosa al camello.

 

El camello lanzaroteño fue importado de África y se dice que la isla lo exportó a Australia, en cuyos desiertos llegó a ser plaga peligrosa. Del léxico insular casi han desaparecido los términos tuchir, camello moro, guelfo o majalulo, jáquima, pretal o tajarra; y da pena que uno de los mas importantes protagonistas de la isla, quede reducido a una curiosidad con la que los turistas se retratan; pero, al menos con esa mínima función, se conserva una especie que, de otra forma, estarí. peligro de extinción como su amigo el guirre.

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