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El camello, el socio milagroso

Por Félix Hormiga

 

 

He esperado que la tarde se fuera colando por nuestro tiempo, con sabor a merienda y un aire preñado de salitre. El Callejón Liso trae el sonido del mar, como un arrullo, interrumpido por los ruidos secos del motor de La Elvira que está entrando en la bahía de Arrecife.

 

Don Antonio tiene tuchido al camello, amarradas las patas para evitar que se levante, pues la gente teme al animal y no hay pesadilla más recurrente en la isla que la de verte perseguido por un camello que busca algún tipo de venganza. Ha bajado de Testeina con una carga de frutas y algunos enseres; entre el monto de frutas destacaba una saca generosa de naranjas que llenó la calle de un olor goloso y que, según mi madre, fueron esas naranjas las que dieron al cielo, a la caída del sol, celajes de nubes del mismo color que su piel.

 

Allí está el camello echado en medio del triángulo ancho que forma el Callejón Liso con Luis Morote, justo frente del bodegón de Micaela. A todos los chiquillos, despiertos a la curiosidad,nos admira la docilidad de un animal tan poderoso que constantemente mueve el cuello y nos mira como tratando de adivinar nuestros pensamientos, nuestras intenciones.

 

Es el poder del camello y esa especie de continuo rezongar lo que parece indicarnos que puede que solo simule estar domado, que en su alma se siente libre y posee una memoria de correrías antes de que el humano lo esclavizara a sus intereses. (Doy alma a todo cuanto existe, hasta a las piedras, me parece un mundo y una vida menos solitarios cuando todos poseemos una esencia espiritual).

 

Los camellos desde que llegaron, a mediado del siglo XV, han removido toda la tierra de la isla y se les ve roturar los campos, escribiendo sobre la piel insular dura y sedienta con su firme arado (el sable de madera, que bien dijo Agustín Espinosa); han cargado rofe para enarenar terrenos, piedras para levantar muros y han transportado las vendimias, los vinos y el agua; han sido el socio más rentable del ser humano, y, sin embargo, el más temido, por esa condición de haberse resguardo para sí mismo un trozo de libertad y, hasta diría, un pedazo del derecho a la justicia. Pues no hay quien lo haya maltratado que duerma tranquilo, porque cuando el animal recuerda y tiene ocasión va a por él. Por eso está presente en las pesadillas: El camello que te persigue, rabioso y espumeante, dispuesto a aplastarte con su carapacho y que cuando está a punto de hacerlo te despiertas, taquicárdico, interpretando los últimos compases del Bolero de Ravel. Y es que, tiendo a pensar, que la rabia del camello tiene su origen, además de por los castigos sufridos con la intención de pacificarlo, en lo poco que mostramos nuestro agradecimiento a su labor titánica, en esta tierra donde echarse a la boca una fruta supone haber transformado el desierto en un milagro.

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