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El Hotel Oriental y don Claudio Toledo

Por Heraclia B.T.

 


Recordando mi niñez, me Ianzo a contar la historia de los años 30, que pocos conocen de Arrecife y del Hotel Oriental en la calle León y Castillo (calle Real, 35) al lado de la casa de Doña Bienvenida y frente al comercio de Spínola (Cine Atlántida). Su propietario, don Claudio Toledo. Fue el primer y único hotel de categoría que había en Ia isla. Disponía de un comedor muy elegante, pues tenía muchos espejos en sus paredes, y un gran aparador, manteles blancos de Damasco, cubertería para todos los servicios y vajilla con las iniciales H.O., servido por pulcros camareros ataviados con chaquetilla blanca y pajarita. Disponía de agua corriente: Ia dulce que llegaba a las habitaciones era bombeada a mano, y la salada a los servicios. Era, en definitiva y por aquel entonces, un hotel de categoría en un Arrecife en el que apenas comenzaba a despuntar el siglo XX. Es una pena que nunca se mencione la figura de mi abuelo como el primer restaurador de Lanzarote.

 

Eran los años en los que la modernidad comenzaba a instalarse en un Arrecife visitado por compañías de teatro como las de Baso Navarro, Paco Rabal, etc., que daban mucha vida a la ciudad y a sus habitantes que comenzaban a despertar del Ietargo al que nos había condenado el fenómeno de la insularidad, porque no olvidemos que aquel Lanzarote estaba castigado por la pobreza y la sequía que obligaba a emigrar a muchos de sus habitantes.

 

El siglo XX aún no había alcanzado su ecuador, pero ya había dado tiempo –años 30– de bautizar al Islote de seña Fermina con el nombre con el que aún se le conoce en la actualidad, pues allí tuvo lugar la reparación del barco de doña Fermina García. Aunque con la llegada de los años 40, que llegaron acompañando el primer batallón a Arrecife, tuvo lugar una nueva denominación. Los militares, sobre todo los oficiales, dieron una nueva vida a la ciudad, a la vez que ilusionaron y encandilaron a las jóvenes con sus galanterías, atenciones y caballerosidad. Recuerdo que los domingos salían en lancha de excursión desde el Muelle Chico a pasar el día, observados con prismáticos por los" Moros Notables", que así llamaban a los socios mayores del casino, por lo que acabaron renombrando al islote como Isla del Amor.

En aquel entonces, por el hotel pasaron magistrados, jueces, comerciantes... Entre ellos recuerdo a don Juan Millares, que vino de Gran Canaria e impartió clases de dibujo en el Instituto, acompañado de su estupenda familia cuyos hijos Agustín, Eduardo, Juan María y Janet -iqué bonita era!-, enseguida hicieron amistades. Don Manuel Larrañaga del que recuerdo era el jefe del Registro, el único que jugaba al tenis por aquellos aiios, iba siempre tan equipado que nos Ilamaba la atención, era todo un caballero con un porte y una educación envidiables, siempre fue muy correcto y cariñoso con nosotros, los nietos de don Claudio.

 

También recuerdo a Andrés "el húngaro”, al que Ie gustaba ir a La Graciosa porque Ie encantaba la pesca y el marisco y porque allí Ie apreciaban mucho. Otro de sus placeres era escuchar a una de las nietas de don Claudio tocar el piano, Ie encantaba hacerlo. Le decía, con su particular acento extranjero: " Si tocas el piano, te traigo marisco". Era una bella persona. Y como olvidar a la familia de don Jaime Lleó que venía desde Yaiza a comprar en su flamante coche y Iuego se quedaba a comer. Me impresionaba su esposa, tan señora, con sus elegantes vestidos y sombreros.


Otro de los huéspedes cuyo recuerdo ha quedado intacto en mi memoria, fue el de don Antonio "el telegrafista”, que años más tarde se casó con Lila Matallana, una de las hijas de don Paco Matallana, el de la farmacia -la única de Arrecife-, ubicada en Ia calle León y Castillo.

 

Si fuera a contar todos esos recuerdos, necesitaría miles de folios y probablemente mucho tiempo, si no, que le pregunten a don Estebita Velázquez, nadie mejor que él para glosar aquella época. Cuando venía de Tiagua siempre se hospedaba allí.

 

Las nuevas generaciones desconocen parte de nuestra historia porque los mayores, que la vivimos no nos entretenemos en darla a conocer, dando Iugar a que se pierda. Por eso he querido escribir estos recuerdos de mi niñez y juventud para que no quede en el olvido esta época, los lugares emblemáticos y las personas que Ia protagonizaron como: el café de Bonilla (de mi padre, frente al Muelle Chico), eI Paseo del Muelle Chico, Juan Hernández "el duIcero", la caseta de banco del Casino Viejo, a cuyas puertas recuerdo ver a los chicos Ginés Díaz Matallana y Pepe Arencibia, entre otros, esperando a que las chicas saliéramos para ir a nadar; el Hotel Oriental, y su fundador, don Claudio Toledo Cabrera, que fue un caballero y sobre todo, hizo que en tiempos de guerra, muchas familias no murieran de hambre gracias a su ayuda y generosidad, ofreciendo comida y alojamiento gratuito a quienes no se lo podían permitir, por lo que fue muy querido y apreciado por cuantos lo conocieron.

 

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