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La momia del Titanic

Por Cristóbal Junkal

http://cristobaljunkal.blogspot.com/


El 10 de abril de 1912, el RMS Titanic (Royal Mail Steamship Titanic, "Buque de vapor del Correo Real Titanic") iniciaba su travesía inaugural partiendo desde el puerto de Southampton, uno de los puertos más importantes de la Pérfida Albión con destino a Nueva York.

 

Cuatro días más tarde, en una noche estrellada y en la que el mar se encontraba excepcionalmente tranquilo, aproximadamente a las 23:40 horas, el Titanic, considerado en aquella época el trasatlántico más rápido, grande y lujoso en la faz de la tierra, colisionaba con un pequeño iceberg al sur de las costas de Terranova y zozobraba en las aguas del Océano Atlántico a las 2:20 de la mañana del 15 de abril, resultando totalmente inexplicable lo acaecido para la opinión pública de aquella época, ya que desde que había dinamado del astillero Harland and Wolff de Belfast (Irlanda del Norte) se sopesaba un buque insumergible por su avanzada tecnología e ingeniería aplicada en él. Esta catástrofe, que a la postre se convertiría en el peor desastre marítimo en tiempos de paz de la historia, será el génesis de innumerables leyendas que lo mantendrá vivo en el devenir de los tiempos.

 

Mucho se ha hablado y escrito sobre el Titanic a día de hoy, pero lo que muy pocas personas conocen es que el Titanic albergaba en su interior un inusitado y exorbitado secreto, transportaba una sombría momia egipcia.

Esta momia era la de la hermosa princesa-sacerdotisa Amen-Ra, que fue enterrada en Luxor, a las orillas del Nilo en un sarcófago acorde a su grado de realeza. Así permanecería imperturbable por los siglos descansando para la eternidad y oculta a los ojos humanos. Durante unas excavaciones a finales de 1890 se encontró su ataúd y despertaba así de su largo sueño y, con ella, su maldición.

 

Aquel sarcófago se vendió al mejor postor, tres acaudalados jóvenes ingleses. El primero de ellos, nada más recibir el preciado y arcaico objeto en el sótano del hotel donde se hospedaba, se marchó ante los ojos atónitos de sus compañeros en dirección al desierto, nunca más se supo de él. Al día siguiente, el segundo de los compradores perdió un brazo tras un fatídico accidente al ser herido accidentalmente por el disparo de uno de sus criados egipcios. La maldición seguía haciendo estragos y atacó al restante comprador al volver a Inglaterra; descubrió que todos sus magnos ahorros heredaros por su familia se habían esfumado como por arte de magia y acabó sus últimos días como indigente vagando por las calles y enloquecido por la maldición.

 

Tiempo después y tras la racha de infortunios, el sarcófago llegó a Inglaterra dejando un rastro de desgracias a su paso. El nuevo propietario sería un adinerado empresario textil cuyo castigo no tardaría en llegar a su nueva morada; su mujer y sus dos hijos morirían a los pocos días en un fatídico e inexplicable accidente automovilístico, perdiendo al cabo de los meses su casa por un misterioso incendio que jamás quedaría esclarecido. La superstición pudo con el viudo y donó la reliquia al Museo Británico.

 

Las muertes y accidentes que arrastraba tras de sí la maldición de la tumba arribaron nuevamente al museo; en el traslado de la misma falleció el transportista en extrañas circunstancias, dos trabajadores perecieron al poco tiempo de llegar la tumba aquejados por una ignota enfermedad, una de las limpiadoras del museo sucumbió aplastada por una estatua adyacente al sarcófago. La prensa rosa inglesa comenzó a hacerse eco de la maldición y el director del museo tomó la determinación de poner en venta la momia, ya que desde su llegada al museo no había acarreado más que penurias y desgracias. ¿Pero quién iba a  pretender  adquirir una momia maldita? Nadie...

 

Afortunadamente surgió un rico y pragmático comprador que desembolsó una cuantía descomunal por ella; un erudito arqueólogo americano seguidor desde muy temprana edad de la cultura egipcia, que achacó las desgracias de la momia a una sucesión aleatoria de casualidades. De esta manera consignó los malditos despojos para su transporte a los Estados Unidos en un flamante trasatlántico, el Titanic, pero ni la momia ni el navío llegaron jamás a su destino final.

 

Con este artículo no pretendo bajo ninguna circunstancia afirmar que Amen-Ra fue la causa del hundimiento del Titanic, no puedo decir que se debió a una maldición de los faraones, pero resulta sumamente curiosa alejándonos de cualquier presunción de hechos sobrenaturales, la inscripción jeroglífica que se podía leer en el sarcófago de la momia: “Despierta de tu postración y el rayo de tus ojos aniquilará a todos aquellos que quieran adueñarse de ti”.

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