Nacer

Andrea Bernal

Nace una niña. Una fragilidad. Una madre a penas puede sustentarla económicamente, pero piensa que la niña se alimentará palabras.

No sería difícil así – piensa-  hacer depender su subsistencia de las más bellas sílabas unidas, de los libros clásicos, de todo lo que conforma un logos silencioso.

Los alimentos, silenciosos también, se introducen en nuestro cuerpo. Somos un 70% de agua. Unir palabras al agua es bordear espuma del mar hablándole interiormente.

Se podría vivir así. De las palabras brotarían otras fragilidades.

La madre acuna en el aeropuerto, en todas las estaciones, en cada sala de espera.

En todos los espacios llamados “no-lugares” pero donde se tienen brazo a brazo la una a la otra.

La niña, quizá escuálida, será al tiempo ágil y fuerte. Ante toda carencia podrá seguir masticando en la vida y compartirá con otros niños adjetivos y versos.

Qué sencillo pensamiento surrealista y elocuente el de una madre con corazón que piensa en los gramos, los pesos, las básculas de Oriente y Occidente, de niños que nacen -sin pesebre-. Y qué gran suerte poder contar con palabras escritas.

Cada libro que ingiera la niña irá adelgazando, se quedará sin páginas. Mas habrá otros libros, millones y millones de copias, como tres mil millones de latidos.

A su vez, la palabra oral será escudo y fraternidad. Dejará al descubierto todas las fragilidades e irá a un tiempo pausado, carente de toda precipitación actual. Expresiones tan importantes como “No estoy bien”, formarán parte de otras psiques. A veces dicen que todo sentimiento se ata al estómago.

La niña irá saltando, como un conejito. Reconocerá en cada niño todas sus fragilidades. Qué hermosa palabra. Nueva, para esta madre, que reconoce en su hija su íntima posibilidad.

Tal vez la Navidad, ese tiempo de un niño o niña nuevo, de un nacer, nos haga comprender los lazos frágiles que nos unen. La niña nueva que se alimenta de palabras. Gloriosas palabras. Feliz Navidad.