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No es mi problema

 

Érica Cerdeña

 

La alarma suena a las 03:15 am. Pongo la cafetera. Mientras se hace el café voy a la ducha, paso por chapa y pintura y vuelvo a por mi taza calentita para despertarme. Porque así es como hay que llegar al trabajo, me lo enseñó mi padre: despierta. Reviso las noticias del día, redacto y elaboro el informativo y los contenidos que abordaremos en el programa. Algunos han llegado de madrugada si el Consorcio de Bomberos ha tenido una noche movidita. Últimamente son más de la cuenta. Pero yo no opino. 

 

No levanto la vista del ordenador hasta que suena la alarma de las 05:20. Es hora de ir a la emisora. Dejo atrás el portal, las litronas abandonadas en la placita y me dirijo al coche. Nunca sé lo que me voy a encontrar. Me acuesto y me levanto deseando que todo esté en orden. 

 

Porque sí, ya he visto cómo un joven borracho arrancaba un espejo retrovisor de un coche al azar mientras peleaba a gritos con una chica por celos. Ya me ha despertado el olor a chamusquina para comprobar que volvían a quemar otros tantos contenedores cerca de casa. Ya me han amedrentado a esas horas de la mañana varios individuos ebrios entre semana. 

 

Así que voy con toda esa maraña de preocupaciones hacia mi coche y … ¡Ahí está! No falla. Cada día es un roce nuevo, o coches mal aparcados que trancan la salida del mío. Hoy me han dejado un regalo en el parabrisas. Una lata de Dorada Especial a medio beber. La quito, compruebo todas las ruedas, la carrocería, abro los retrovisores, arranco, caliento y me pongo en marcha. 

 

Llego a la emisora aún de noche, rabiosa porque no he descansado lo suficiente con tanto grito, pita y pelea, con sirenas y luces, con un poco de todo cada noche. Me siento a terminar de preparar todo para el programa. Mi mente intenta centrarse, y entonces me toca entrevistar a tal o cual autoridad, y hablar de lo que le preocupa a la mayoría de la gente. Trinco el pico. Con todo lo que parloteo, valgo más por lo que callo que por lo que cuento, que nadie lo dude. 

 

Mi trabajo consiste en encontrar respuestas a los pequeños y grandes problemas de la ciudadanía de Lanzarote y La Graciosa. Casi siempre sé a quién llamar, y si no lo sé, algún alma caritativa del gremio siempre me ayuda. Mi trabajo es convertir los problemas de otros en los míos propios, y ponerme al servicio de lo que necesiten. De eso se trata ser periodista para mí. Pero además de ser periodista, soy persona. 

 

Como persona no logro dar con la respuesta, ¿sabes? Un día tras otro es la misma cantinela en mi cabeza. Y mira que pregunto, y re-pregunto, si con una campaña de concienciación, si falta gestión, si se puede hacer más … Pero ya no me aguanto el sueño que arrastro, ni las mentiras que me digo para intentar buscar responsables entre las instituciones o entidades. Tienen los suyos, y nosotros los nuestros. 

 

Quien dejó la lata de cerveza como regalo de “buenos días” en mi coche es el mismo que arrancó un retrovisor por rabia. Es la misma persona que día tras día se emborracha y paga con la vecindad sus desgracias a golpe de grito y bocina. Es el mismo individuo que obliga a los agentes y bomberos a pasar menos tiempo con sus familias porque se le ocurrió quemar ‘un algo’ por Arrecife. 

 

Ese alguien me tiene hasta las narices. Ese alguien que piensa que los demás tienen que venir detrás a limpiar lo que ensucia. Ese que actúa en la calle como si de una pocilga se tratara. Supongo que vivirá en un chiquero también. Los modales se aprenden en casa, ya se sabe. 

 

Lo que más me revienta es que seguramente yo esté cada día preocupada por los problemas de ese alguien, tratando de darles una solución, convirtiéndolos en míos, poniéndome a su servicio como periodista en el medio de comunicación para el que trabajo. Lo que me hierve la sangre es que con toda probabilidad eso sea así, ¿y sabes lo que está pensando ese alguien? Sí. “No es mi problema”.

 

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