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OPINIÓN. Coño

MAGUA. Por Mare Cabrera

La pasada semana se montó un follón tremendo en una tertulia radiofónica entre políticos canarios porque una diputada del PSOE, Francisca Luengo, acusaba a un senador del PP, Antonio Alarcó, de haber pronunciado la expresión “coño”. ¡Coño, ni que no la utilizáramos todos a todas horas! Y conste que no tomo partido por ninguno de los dos contertulios.
¿Para ejercer en la política hay que hacer todo el rato un ejercicio de hipocresía? ¿A quién queremos engañar? ¿Por qué no nos escuchamos mejor cuando hablamos? ¿A quién no se le ha escapado un “coño” –y mil- al menos una vez en su vida? ¡Venga ya! Algunos y algunas quieren ir de un fino tan subido que al final no hacen más que el ridículo.
Yo no voto a ninguno de los dos políticos que protagonizaron ese rifirrafe hace unos días, y me revienta como a la que más el machismo rancio y casposo de toda la vida. Pero, chica, ni tanto ni tan calvo. A ver si va a ser verdad al final que lo de la dichosa corrección política es una dictadura mental: te obliga a pensar, a hablar y a comportarte como le guste, o como ordene y mande, el régimen político de turno. ¡Coño, pues me niego!
Un amigo que se toma siempre estas cosas a pitorreo (¿se puede escribir pitorreo sin que se mosqueen ahora los machistas?) dice que “Sexo en Nueva York”, esa famosa serie de televisión que muchas mujeres han tomado como ejemplo de libertad sexual femenina, está protagonizada en realidad por “machistas con bragas” y va dirigida a telespectadoras que son “feministas sin coherencia”. Y la verdad es que allí los hombres que aparecen son simples objetos sexuales. O sea, lo mismo pero al revés de lo que se ve en las típicas películas machistas que llevamos viendo desde siempre. ¿Y entonces qué hemos salido ganado con el cambio? Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas.
A veces comento entre amigas que muchas feministas radicales no se dan cuenta de que tiran piedras contra su propio tejado, porque cuando se llega a ese extremismo al final parece que feminismo y machismo son las dos caras de una misma moneda. Los extremos se tocan, como se suele decir.
Me llamó la atención este párrafo que leí hace tiempo y que guardé en la memoria de mi ordenador, aunque no recuerdo a su autor: “Me hace gracia tanta ofensa por el lenguaje sexista y todas esas zarandajas de que si no deberíamos utilizar coñazo y cojonudo. Pero nunca he leído u oído a ninguna de las feminazis del lenguaje quejarse por el término consolador, tan extendido, y exigir el uso (lingüístico) de vibrador. Porque consolador ¿de qué? ¿De no tener un hombre?”. ¡Coño, también es verdad!

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