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OPINIÓN |El valor de los suicidas

Soluciones imposibles. Por José Ignacio Sánchez Rubio

¿Que es lo que lleva a una persona a suicidarse? Esta es la pregunta que, a pesar de las cartas que, in extremis, dejan algunas personas antes de quitarse la vida, no han podido contestar psicólogos, psiquiatras, sociólogos, sacerdotes y otros profesionales de la mente.

En la crisis bursátil de 1.929, fueron muchos los que, en Estados Unidos, se quitaron la vida acuciados, según parece, por la crisis económica.

Hoy, ochenta y tantos años mas tarde, parece que el fenómeno se repite. Nadie podrá asegurar si esta fenomenología de los suicidios se debe a razones económicas, sentimentales, emocionales o a otras causas. Lo cierto es que, el ser humano, acuciado por problemas humanos, a veces tira la toalla y decide quitarse la vida.

Y al único que no parece preocuparle esta cuestión es al Estado. Y debe ser tonto el Estado, porque con cada suicida le desaparece un cliente. Un cliente al que, forzosamente, ese Estado ha convertido en contribuyente y cotizante de la Seguridad Social.

En los últimos meses, son ya demasiadas las personas que se han suicidado. Los políticos, o miran para otro lado desentendiéndose de la cuestión, o achacan la decisión a causas no imputables a ellos.

Pero la realidad es que, en la mayor parte de los casos, los suicidios obedecen a causas económicas. Y ello en una sociedad mal llamada del bienestar por los políticos, en la que se empeñan en hacernos comulgar con ruedas de molino, haciéndonos ver la solidaridad del Estado para con todos los ciudadanos que acoge.

He de reconocer, por haberme encontrado en una ocasión en ese túnel de luz venturosa, que separa esta vida de la otra, que no me da ningún temor la muerte, a diferencia de lo que ocurre con el común de los mortales que, apesadumbrados por el terror al mas allá, se aferran con uñas y dientes a esta vida, por muy perra y mísera que sea.

Y también he de confesarles que, en mas de una ocasión, ha pasado por mi mente la idea de viajar a esa otra vida (hay vida después de la vida), habida cuenta de que en esta no hay otra cosa que vividores, ganapanes, miserables y conformistas. Pero, para quitarse la vida, hace falta una dosis de valor que no la contiene cualquier espíritu. Porque los suicidas manifiestan una fuerza que domina, necesariamente, al miedo de lo que les espera después de ese ultimo acto. Incluso, es casi seguro que pasa por su mente la posibilidad de no conseguir su intento y las consecuencias de ello.

No desearía que consideren que estoy haciendo una apología del suicidio, porque esto es algo que va en contra de la naturaleza y de la moralidad que pueda caber dentro de cada uno de nosotros, pero me he preguntado mas de una vez si queda otra solución que esa del suicidio. Porque los antídotos del suicidio son la ilusión, la fe, el ánimo y la confianza, que no son otra cosa que sinónimos de esperanza; esperanza de una vida mejor, mas cómoda, mas fácil, o, como les agrada decir a nuestros políticos, de economía del bienestar.

Y, cuando nos faltan esos alicientes, ¿para qué vivir? Y eso, y no otra cosa, es lo que pasa por la mente de los suicidas.

Yo le preguntaría a usted, amigo lector, si ha sentido que le faltan la fe, la esperanza y la ilusión de vivir. Si su respuesta es afirmativa, estará comprendiendo plenamente de que hablo; en caso contrario, yo soy el equivocado y merezco la hoguera de los paganos de la Edad Media. Al fin y al cabo, muchos perecieron por ese empecinamiento humano de sostener que los que están equivocados son los demás.

Por mi parte, como he señalado anteriormente, más de una vez ha pasado por mi cabeza la idea del suicidio, y por eso comprendo a los suicidas. Pero soy un cobarde y nunca tendré valor para dar ese paso. ¿O tal vez sí?

Abogado y economista.

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