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Para mi hija Sandra (décimo octavo aniversario)

Por Pascual Calabuig

 

 

Querida hija:

 

Dieciocho años pasaron desde aquel 5 de abril de tu muerte en que me prometí rendirte públicamente amor y recuerdo cada aniversario.

 

Como nunca creí permanecer tanto tiempo en pie, atribuyo mi resistencia al deseo de cumplir esa promesa, aunque ahora, con tanta edad, ya tiemblo por si acaso la implacable realidad oficial llamada “esperanza de vida”, se da cuenta de que aún estoy vivito por aquí y ordene poner el epílogo a estos sueños que tanto acaricio con tus recuerdos.

Y si tiemblo y me apuro, es principalmente porque entonces , ausente, ya no podría hablarte de esto que me oprime o libera, ni podría ofrendarte las flores que con amor te brindamos , ni llamar a la puerta de director o compañero alguno suplicando la emisión de estos aniversarios que comparto con otros padres y madres que me conocen y conozco.

 

Tampoco resucitaría más escenas de tu vida, como vengo haciendo desde tu muerte, ni contaría que me remuerde la conciencia hasta aquella inocente prisa que te dábamos para acudir al Colegio donde las monjitas salesianas te esperaban; o con el insistente consejo que entre otros te daba diciéndote: come hija , come y estudia para hacerte grande y buena. Igual que me emociona todavía que, “cuando tú eras mayor ya y yo ya comenzaba a envejecer”, más de una vez, al visitarte en la avenida de Playa Honda donde viviste con tu hermana Carmela , eras tú la que me dabas los consejos a mi advirtiéndome de los peligros de tráfico de la vieja rotonda de acceso al pueblo playero; simples consejos si quieres, pero que están tan grabados en mis añoranzas que aun después de tantos años me parece oírlos cada vez que paso por esa rotonda conduciendo camino de Playa Blanca.

 

Y es que, como ocurre a cualquier padre que haya perdido alguno de sus hijos, su más ligera semblanza conmueve y agranda los recuerdos de su perdida existencia…tanto es así hija que hace solo unos instantes , preso de emoción, casi que no me salían las palabras con las que quería recordar aquellas madrugadas cuando para aliviar tu llanto de bebé, me levantaba de la cama, cargaba tu frágil cuerpito entre mis brazos y con él pegado suavemente a mi pecho “marchaba” por toda la casa simulando el compás de tambores en procesión (tan, tan retaplam) hasta que con el balanceo quedaras dormida en feliz silencio.

 

Como quiera que este caso que te cuento viene a ser algo así como un frecuente recurso de amores paternos, deduzco que algún padre de los que oigan ahora pudiera recordar que también él mecía así a sus hijos con tanto amor como yo. O.. quizá más, hasta llorar incluso a borbotones como lloramos los padres en soledad , si por dolorosa coincidencia también a él se le murió algún hijo o hija a quien dormía de esa misma manera, porque…¡eso! eso es, mi hija, lo que me ocurre a mí al revivir el peculiar “arrorró” que entoné no solo contigo que fuiste la más pequeña de la casa sino porque también dormí así a tus hermanos mayores (Pascual, Javier, Antonio-Jesús y Carmela) con quienes, como caudal de consuelo, aun pervivimos tu madre y yo después de 58 años de matrimonio , cargando, además, con los buenos y los malos momentos de la vida que defendemos.

 

Mientras tanto, pese a la mucha fuerza que hacemos por evitarlo, nos asalta y amarga la duda de si llegará o no a ustedes siquiera sea una parte del gran suspiro de nuestros recuerdos y cariño. ¡Qué pena¡. De todas formas, aunque ustedes no tengan ahí arriba radio que escuchar, ni prensa alguna que leer, seguiremos invocándoles por las ondas de Radio Lancelot, respetable catapulta de información de esta tierra. La misma tierra que en vida tomaste tu como tuya para vivir, y que encima pediste con cariño que en su mar se produjera también tu último tránsito al morir.

 

Por eso fue que sobre el mar de Playa Blanca esparcimos tus cenizas hace 18 años.

 

Por eso es que por escrito y a la vez al oído de los oyentes conejeros te estamos enviando el mensaje que ya sobrevuela imparable por mares, viñedos, pueblos y volcanes con palabras portadoras de recuerdos y oraciones pidiendo que este día naveguen directas al cielo ¡porque es ahí, el cielo, donde intuimos que estás con gentes queridas ! .

 

Premiando esta fidelidad nuestra justo sería que antes de acabar el ciclo que encabezo, viviéramos el milagro de saber que SÍ les llegan nuestras emociones y añoranzas.

 

De cualquier forma, madres y padres amigos , agrupémonos tranquilos, y también tranquila tú hija, pues, seguro que aparte del sueño y la oración , siempre nos quedará la esperanza…. la esperanza de que hayan recibido nuestra proclama para compartirla con los vecinos del cielo, y con los nuestros de la tierra, y con tus hermanos y ¡cómo no!, con tu madre, y conmigo, asegurándote que no te faltará nunca nuestro recuerdo cada amanecer, ni tampoco, claro está, el adiós de aquel otro día más o menos cercano, en que se nos tenga que apagar la luz, que se tendrá que apagar

 

Así que, adiós otra vez hija…adiós. Otro aniversario, adiós.

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