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El futuro del cerebro ¿son los superpoderes?

Científicos en la vanguardia de la neurociencia se plantean si la expansión de nuestras capacidades está relacionada con la influencia de la ingeniería genética y la biotecnología

 

  • Lancelot Digital
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    Para Facundo Manes (https://facundomanes.com) “todo aquello que se esperaba ya está: la hiperconexión, el presente continuo en donde se fusionan todos los tiempos, lo digital y lo biológico, la vida larga y a prisa, los avances tecnológicos que de tan asombrosos ya no asombran…”.

     

    Manes preside Grupo de Investigación sobre Afasia, Demencia y Trastornos Cognitivos de la Federación Mundial de Neurología (WFN RG ADCD) y dirige en Argentina el INECO (Instituto de Neurología Cognitiva) y el Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, dos centros de vanguardia en las neurociencias en América Latina.

     

    “En términos anatómicos, el cerebro humano no experimentará ningún cambio en varios siglos”, señala este neurocientífico de reconocida fama internacional.

     

    Teniendo en cuenta que su evolución tuvo lugar a lo largo de millones de años, y que no se observa ningún cambio notable en la apariencia física de los humanos desde hace doscientos mil años, es difícil pensar que la estructura del cerebro pueda modificarse drásticamente en los próximos siglos, remarca en su libro.

     

    Pero, según Manes, vale la pena preguntarse qué transformaciones precisará nuestro cerebro en constante adaptación, ahora que nos enfrentamos a una nueva manera de acceder y procesar la información mediatizada por la tecnología.

     

    “Puede que el siguiente paso para nuestro cerebro no sea una evolución natural, sino que esté relacionado con la influencia de la ingeniería genética y la biotecnología en la expansión de nuestras capacidades”, reflexiona.

     

    Somos capaces de manipular genes mediante la selección artificial y de modificar rasgos biológicos, y estudios recientes abren la posibilidad de pensar en manipular ciertos aspectos del envejecimiento genéticamente programados, añade en su obra.

     

    Manes destaca que, además, la tecnología actual permite “desarrollar tejidos artificiales, como la piel construida a partir de plástico, y dispositivos como las retinas artificiales, que replicaría las características del ojo humano y serían biocompatibles, o los implantes cocleares, que transforman las señales acústicas en señales eléctricas que estimulan el nervio auditivo, ofreciendo nueva alternativas para las personas con ceguera o sordera”.

     

    “Investigadores de la Universidad de Stanford han creado una piel electrónica que detecta la presión mediante sensores, los cuales envían una señal eléctrica a las neuronas, imitando la funcionalidad de la piel humana, y se ha desarrollado un tejido nervioso artificial que permitiría reparar el daño nervioso periférico severo, resultado de traumas o accidentes”, señala a Efe.

     

    Por ello este neurocientífico considera probable que en los próximos siglos sea posible crear o regenerar el tejido neuronal del cerebro, “lo cual tendría implicaciones importantes para el tratamiento de enfermedades que hoy no tienen cura, como la demencia”, indica.

     

     “Nuestra sociedad cuenta con medicamentos para mejorar el rendimiento en algunas disfunciones cerebrales y mejorar la calidad de vida de las personas que sufren depresión, déficit de atención, Parkinson o la enfermedad de Huntington”, explica en su libro.

    Hay incluso algunos fármacos que se podrían usar para potenciar el funcionamiento cognitivo en personas sanas, como algunas sustancias que alteran el sistema dopaminérgico y además potencian las habilidades sensoriales, la memoria, el estado de alerta, la atención y el control inhibitorio, por lo que han sido denominadas “medicinas inteligentes”, señala Manes.

     

    “Un estudio mostró que el “donepezilo”, medicamento que se usa para enlentecer el deterioro cognitivo en personas con Alzheimer, mejoraba significativamente la memoria en adultos jóvenes sanos”, explica Manes.

     

    “Los investigadores entrenaron pilotos en un simulador de vuelo para desempenÞar maniobras especiìficas y responder a emergencias, luego de recibir “donepezilo” o placebo. Un mes despueìs, retestearon a los pilotos y encontraron que, quienes habiìan recibido el medicamenteo, recordaban mejor el entrenamiento y presentaban un mejor desempenÞo”, señala.

     

    “El ejemplo paradigmático de la evolución tecnológica podría ser la interfaz cerebro-máquina, tecnología que permite registrar y procesar ondas cerebrales en tiempo real y traducirlas en una acción en el mundo exterior”, enfatiza Manes.

     

    Esta interfaz funciona interpretando y trasladando la actividad eléctrica neuronal a un dispositivo o prótesis “que se estimula para que genere órdenes motoras, y una de sus potenciales aplicaciones es el desarrollo de dispositivos que detecten e informen de la probabilidad de sufrir una crisis epiléptica”, comenta también.

     

    Manes también prevé el futuro uso de implantes que monitoricen y, de ser necesario, estimulen la secreción o retención de neurotransmisores, para que el cerebro funcione de manera óptima, previniendo así enfermedades como la depresión o la psicosis.

     

    Según su opinión, también se podrán crear aplicaciones que muestren la probabilidad de experimentar determinados estados de ánimo en los próximos días o semanas, basándose en el registro previo de ciertos parámetros psicofisiológicos, como el nivel de estrés o la calidad del sueño.

     

    “Estos dispositivos podrían ayudar al usuario a identificar los patrones que debe cambiar si quiere reducir la probabilidad de experimentar emociones desadaptativas”, completa.

     

    Además de permitir a las personas que lo necesiten recuperar la movilidad perdida o comunicarse cuando sufren una enfermedad que se lo impide, la interfaz cerebro-máquina, al igual que los fármacos potenciadores de la cognición, “se podría aplicar también a personas sanas”, pronostica Manes.

     

    “En teoría se pueden potenciar funciones sensoriales o cognitivas mediante la inserción de implantes cerebrales o de algún dispositivo externo”, puntualiza.

     

    “La posibilidad de exacerbar nuestros sentidos para, por ejemplo, percibir más colores, tener visión nocturna o de 360 grados, abre la puerta a la posibilidad de modificar nuestra biología para adaptarnos mejor al entorno”, apunta Manes.

     

     

    Estas ideas le han llevado a reflexionar sobre la posibilidad de proveer a los humanos de habilidades ilimitadas de memoria o cálculo, “produciendo una ‘superinteligencia’ que nos haría entrar en una era poshumana”, señala.

     

    En conjunción con otras tecnologías, como el GPS, la interfaz cerebro-máquina también podría aplicarse en la conducción de coches o el pilotaje de aviones, según aventura.

     

    “El desarrollo de estos dispositivos está siendo posible gracias a los avances en la nanotecnología, la biotecnología, la neurociencia y la tecnología de la información, y la fusión del cuerpo humano con dispositivos artificiales, puede convertirnos en ‘Homo ciberneticus’, una especie humana ligeramente asistida por algunas mejoras tecnológicas”, concluye Manes.