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Aporofobia

Antonio Salazar

 

 

 

La definición es de Adela Cortina y tiene algunos años. Consiste en un sentimiento de miedo y rechazo al pobre, al desamparado, al que no tiene medios. Expresado de ese modo, incurrirían en esa actitud solo personas particulares cuando quizás, de ser más ambiciosos en la explicación, deberíamos incluir a esa pléyade de políticos que regulan y legislan dañando siempre a los menos favorecidos. También podría ser que resulta intencionado, deseando mantener en la pobreza a millones de personas y así mostrarse imprescindibles. O, en palabras de Tocqueville, tras denunciar el inmenso y tutelar poder que se creaba para asegurar las necesidades de las personas, “que equivalía en el imaginario popular al amor de un padre, si su misión fuera educar a los hombres en tanto alcanzan la mayoría de edad aunque la pretensión de ese poder era mantenerlo en un estado de perpetua infancia para convertirse en el árbitro y origen de la felicidad humana”.

 

Pasa, empero, que esa primacía moral que exudan los socialistas de todos los partidos, les permite ser juzgados tan solo por sus intenciones, jamás por sus resultados. Y es así como hemos llegado a un punto en el que el estado -es bueno recordar que lo escribimos en minúscula hasta el momento en que individuo se pueda escribir en mayúscula- interfiere en todo y de manera tan intrusiva como ineficiente. Las personas que están demasiado ocupadas para preocuparse por esa acción expansiva de los políticos apenas sí reparan en las consecuencias que tiene su desinterés y, en todo caso, pueden permitirse reaccionar para sí o los suyos, contratando en el mercado, cada vez más exangüe, aquellos servicios que el estado dice prestar pero cuya calidad no alcanza un mínimo aceptable.

 

 

Por eso, debemos reaccionar cuando, por ejemplo, se legisla para suprimir o restringir las rebajas en nombre de un consumismo desaforado. ¿A quién daña que desaparezcan de los lineales de los supermercados las ofertas de 3x2 o los descuentos en textil o tecnología durante buena parte del año? Del mismo modo que cuando se prohiben coches con determinada antigüedad o se grava la matriculación de vehículos diésel para conseguir, en nombre de un medio ambiente al que previamente han declarado amenazado, que se haga una transición masiva hacia el vehículo eléctrico. O cuando se niega que los padres amplíen el rango de elección en la educación de sus hijos en centros de sus preferencias… Las consecuencias son siempre las mismas, los menos favorecidos han de jugar al juego que les brindan mientras quienes pueden permitírselo compran cuando y cuanto necesitan, adquieren el vehículo con el que presumir antes sus amistades -las modas- y llevan a sus hijos a centros privados. Para proteger tanto a los pobres, bien que los hacen sufrir nuestros políticos.

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