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Autoridades morales

 

Gloria Artiles

 

Nuestros padres y abuelos vivieron en un mundo donde la religión católica (en el caso de nuestra cultura occidental) imponía una serie de verdades incuestionables emanadas de un Dios absolutista cuya transgresión amenazaba con la condenación en el infierno. La secularización del mundo occidental supuso una entrada de aire fresco para las generaciones nacidas entrada ya la segunda mitad del siglo pasado, que pudimos empezar a deshacernos de las cargas de culpa y a romper las cadenas del miedo que habían tenido atenazados durante siglos a nuestros antepasados. Aunque ahora lo demos por hecho, ese paso supuso un avance histórico sin precedentes que colocó a la autonomía humana y a la libertad de pensamiento en la cúspide de nuestros derechos, frente al absolutismo de las verdades morales autoritarias.

 

Pero aquí no hay nada conseguido. La libertad humana, que es el bien más preciado que poseemos, debe ser una consecución diaria. Porque resulta que te das cuenta de que sigue existiendo una tendencia no superada en los seres humanos de tratar de manipular, controlar y someter al otro. Es una cuestión de poder (que es una de las sensaciones que más le gusta al ego) y de sentir una especie de regusto interno que proporciona ese escondido elitismo de clase frente a la masa. El resto de los mortales debemos poco menos que aceptar estos nuevos dogmas de fe seculares, porque sí, porque ellos son los buenos y los que saben, y los demás, los malos e ignorantes. Y punto. Es en realidad la misma inercia al adoctrinamiento, pero que se ha desplazado de los púlpitos de las iglesias, a los dictámenes emanados de los tótems del pensamiento políticamente correcto, quienes se han erigido en un supuesto nivel de superioridad intelectual, cultural y moral que sólo ellos, y únicamente ellos, se han otorgado a sí mismos.

 

Un maniqueísmo inmaduro que revela la escasa adultez humana que desde el punto de vista ético han alcanzado muchos de quienes integran estos grupos ideológicos de presión, pues ni son capaces de reconocer el extraordinario valor intrínseco que el resto de las personas poseen, ni son capaces de confiar en las potenciales capacidades de verdad, inteligencia y altura moral que tenemos todos y cada uno de los seres humanos por el hecho de serlo.

 

 

Hay que tener cuidado de ser abducidos por esta ultracorrección política, pues si no vamos a andar esclavos, o sea, más preocupados por encajar en la mentalidad dominante, que en arriesgarnos a ser libres, y atrevernos a experimentar y pensar por nosotros mismos. Así que, por muy incómodo que resulte ir contracorriente, y aún a riesgo de equivocarnos, yo animo a cuestionarnos todo en la vida, especialmente a sustituir a las autoridades morales impuestas de fuera por nuestra propia autoridad interior.  

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