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El enganche del mal

 

Usoa Ibarra

 

Desde que tengo Netflix es fácil que se entremezclen la realidad y la ficción en mi rutina, o incluso, que a través de una serie comprenda mejor el mundo en el que me toca vivir. Dicho esto me asusta que las últimas series con más enganche tengan que ver con el crimen organizado y todavía me parece más preocupante que los matones o narcotraficantes que describen los guionistas tengan tan integrada su actividad delictiva en su día día. Es decir, la facilidad con la que se desdibuja la línea del bien y del mal nos obliga a reflexionar y a preguntarnos si la violencia está tan normalizada que cualquiera puede convertirse en un asesino o un extorsionador.

 

En “Los Soprano”, “Breaking Bad”, “El Chapo Guzmán”, “Orzak” o  “Narcos” se resalta la preocupación de los “malos” por el bienestar de la familia, hasta el punto de que se justifica a través de esa unidad de la estirpe las atrocidades que se ejercen sobre los ajenos a ella. Ya lo decía la mafia: la familia es lo primero.

 

Padres y madres que educan en buenos modales o en el esfuerzo académico, pero que después no pueden ser ejemplo para sus hijos por sus constantes injerencias en el mundo delictivo.

 

Otro denominador común es que sus protagonistas tienen momentos de lucidez ética o se cuestionan sus acciones, pero no pueden parar de delinquir inmersos en una huida hacia delante que les lleva a vivir al límite. Sufrimiento y ambición se unen en una fórmula vital nada aconsejable.

 

Ese tesón por ser el más poderoso, alimentando la competitividad feroz con todo el que pueda hacerte sombra, e incluso, la idea de que nunca hay suficiente dinero que ganar, son las malas consecuencias de un sistema capitalista basado en el éxito “caiga quien caiga”. 

 

Decía Wendy, una de las protagonistas de la obra maestra “Orzak”, que se opta por el mal camino cuando uno cree que no hay más opciones. Justificaba incluso que el pecado capital de “Eva y Adán” se hubiera cometido, porque éstos llegaron hambrientos al único árbol que tenían a su alcance. Esta idea de que el mal florezca a nuestro alrededor sin necesidad de enmascararse nos hace realmente vulnerables, porque cada día es más complicado identificarlo, verlo con claridad, posicionarse del lado correcto.

 

Al faltarnos la lupa de los valores, al vernos abocados al análisis rápido que evita la reflexión y la mesura, en definitiva, al estar más tentados a romper moldes, y justificarlo diciendo que vivimos un tiempo convulso, nos hacemos más proclives a empatizar con los malos y a creer que nadie está exento de verse en una situación de necesidad que nos lleve a bordear o incluso a cometer alguna fechoría inconfesable. Desgraciadamente, la humanidad se está acostumbrando a vivir amenazada de muerte y por eso se justifica “el sálvese quien pueda” y la radicalización.

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