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El peso de los recuerdos

Mar Arias Couce

 

Si hay una época en la que los recuerdos cobran fuerza y peso esa es la Navidad. En estos días, de luces, fiestas y excesos, dentro de lo que nos deja hacer el dichoso ‘bicho’, se nos aparecen, como a Ebenezer Scrooge los fantasmas de las Navidades pasadas, de esas en las que los niños éramos nosotros. Aparecen como fotogramas antiguos imágenes que parecían olvidadas en las que los protagonistas eran los abuelos, presidiendo la mesa, y los padres se afanaban en la cocina, haciendo mil platos mientras bebían cerveza o una copa de vino. Recuerdo a mi abuela, con los labios siempre perfectamente pintados de un rojo discreto y elegante, siempre arreglada. A mi abuelo, que solo tenía ojos para ella y toda la paciencia del mundo para nosotros, ya fuera dándonos, sobre todo a mí que era terrible comiendo, el desayuno durante horas o contándonos cuentos para que nos durmiéramos.

 

Y es que, en aquel entonces, nosotros éramos los que jugábamos y soñábamos con lo que nos traerían los Reyes Magos. Aquellas Navidades tenían aroma a dulce, a colonia infantil y coletas tirantes, a besos que dejaban marcas rojas en la cara, a consomé y a langostinos comprados en el mercado de abastos de Cartagena. Mis Navidades infantiles tenían cielos de Levante y olor a Mediterráneo y estaban llenas de sonrisas congeladas en el recuerdo, de abrazos y de los besos pringosos de todos mis primos, sonaban a secretos confesados cuando todos pensaban que los niños dormían… a sesión de cine el día de Navidad de la mano de los abuelos para que los pequeños dejáramos en paz a los adultos. Huelen a recuerdos preservados como tesoros.

 

Son esos mismos recuerdos los que tratamos de revivir ahora, junto con nuestros padres, que ya son abuelos, para que nuestros hijos conserven ese enorme regalo el día de mañana. Y justo, por eso, resulta tan triste que la pandemia haya mantenido separadas a tantas familias. Justo por eso se entiende que haya tantas personas a las que no les gusta la Navidad porque sienten, como si fuera plomo, el peso de las ausencias. Lo que para muchos es alegría, para otros es una honda tristeza a la que no se quieren enfrentar año, tras año.

 

Lo único que está en nuestra mano es crear nuevos y buenos recuerdos para los más pequeños, y tratar de mantener vivos los de nuestros mayores. En estas extrañas Navidades, no he podido estar con mis padres, que no han querido viajar por prudencia, ni tampoco con mis suegros, porque la situación pandémica no lo aconseja. En estas extrañas Navidades, los recuerdos están más presentes que nunca y pienso que, tal vez con suerte, si superamos esta situación, las próximas serán las que más disfrutemos. Por todos, por lo que están y no hemos visto, y por los que ya no están con nosotros, pero permanecen inalterables en nuestra memoria. Mientras tanto, un brindis por todos ustedes. Por la oportunidad de seguir disfrutando de la maravilla que es vivir en Lanzarote, en Navidad y el resto del año.

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