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Houston era una fiesta; ya no

Guillermo Uruñuela

 

 

 

 

Esa noche algo cambió. Los españoles nos encontrábamos en casa de Viti y de Sergio a excepción de Willy que, con su rodilla maltrecha, operada y escayolada, reposaba en su apartamento, pata en alto, jugando a la videoconsola. Todo esto lo tecleo desde Lanzarote, pero lo escribo desde Houston; en otro tiempo.

 

La “flota española” que aterrizó en la ciudad tejana para jugar al fútbol y pasearse por las clases de la universidad se enteró de que esa noche había un “fiestón” de los buenos. Era en una discoteca desconocida y sólo sabíamos que había que acudir bien acicalados para poder entrar. Me viene a la mente los últimos preparativos, entre cervezas, en aquel apartamento enmoquetado. Y la foto antes de partir, a modo de once titular, donde además de los españoles también posaban un par de ticos (costarricenses), un mejicano, un suizo apodado “the viking”, un yanqui y un jamaicano.

 

Viti conducía un Ford Taurus que sólo giraba bien hacia la derecha y que habíamos comprado de segunda mano a un tipo, antes de revenderlo por más dinero y un chorreo constante de aceite, a otro. Cumplió su función esos meses de locura universitaria. Nos guiábamos por el GPS del teléfono del gijonés por autopistas de 8 carriles con la silueta houstoniana en el horizonte.

 

Nos aproximamos a la puerta y observamos que sólo estaban estacionados delante coches de alta gama; de esos que relucen y las puertas se abren hacia arriba. Nos dio tanta vergüenza aparecer allí con ese carro que aparcamos varias calles más adelante. Nadie nos vio, pensamos, y caminamos decidimos a la entrada. Ellos portaban esmoquin, en muchos casos, y ellas unos tacones igual de vertiginosos que sus escotes. Nosotros, americanas barateras, camisetas deportivas y zapatillas. 

 

Nada más llegar al portero, casi sin mirarnos, nos espetó algo así como “no molesten y váyanse de aquí”. Resignados y heridos en nuestro orgullo nos retiramos sin generar más polémica. Se escuchó el típico “te lo dije” pero contábamos con el As de Viti en la manga. Porque Viti siempre lo tenía. Fuimos hasta el Taurus y allí tomó 3 camisetas del Real Madrid que teníamos en el maletero. De los cinco españoles dos de ellos son hijos de una persona muy conocida en el club blanco y teníamos muchísimo material del Real. Falsificamos varias firmas; a mí me tocó la de Xabi Alonso que previamente habíamos buscado en internet.

 

Víctor se plantó allí y exigió ver al encargado. Salió un mejicano y se puso a hablar en español con el cabroncete este y le contó una de vaqueros. Éramos jugadores del filial del Real Madrid que se encontraban de gira americana. Para no alargarme más. Nos abrieron las puertas de par en par. Nos acompañaron cortésmente a un reservado en mitad de la discoteca, al lado de la piscina y nos pusieron un camarero a nuestra disposición. Recuerdo la satisfacción juvenil cuando nos encendimos los puros a los que nos invitaron y nos sentimos los reyes de la picaresca. Los americanos no tienen un Lazarillo. Mala suerte para ellos. Y hasta aquí puedo leer.

 

Recordando, he llegado a la conclusión de que todos hemos tenido un Houston en un momento determinado de nuestra vida, pero todo tiene su espacio, tiempo y lugar. Hoy esta reminiscencia no tendría sentido. Entre otras cosas porque en la actualidad, como mucho, nos podríamos hacer pasar por jugadores del Real Madrid, pero del equipo de veteranos.

 

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