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La ecología como deidad  

 

Gloria Artiles

 

Si pensábamos que ya habíamos superado felizmente épocas pasadas donde la razón humana se impuso al absolutismo de las verdades emanadas de un Dios totalitario, tengan cuidado, porque aquí no hay nada conseguido y la libertad es una consecución diaria (sobre todo la interior). La condena moral se ha desplazado de los púlpitos de las iglesias, a los dictámenes de los tótems del pensamiento políticamente correcto. El control del pensamiento es la forma más hábil de poder de unos sobre otros y se realiza principalmente a través del juicio moral y de la condena sutil. Esto se hace especialmente manifiesto en todo lo que rodea al fundamentalismo medioambiental (no a las formas sanas de la sensibilidad ecológica, que es bien diferente).

 

Me ocurrió el otro día en un cumpleaños. El anfitrión, un hombre “modélico” a decir de los cánones ecológicos que ha invertido todos sus ahorros en lograr que una gran parte de la energía que consume provenga del sol, empezó a sudar la gota gorda al ver que los vasos que estaban colocados sobre la mesa eran… ¡de plástico! Mi madre, ¡la hecatombe!: el nerviosismo empezó a apoderarse de este hombre que balbuceante no acertaba a encontrar todo tipo de explicaciones ante lo que sabía que aquello supondría para su intachable reputación. Pero, a pesar de sus reiteradas justificaciones buscando el perdón, no le valieron excusas al que ya se sabía acusado: la ecoprogresía en pleno invitada a la fiesta clavó las miradas sobre el atribulado anfitrión y, a partir de ahí, todo el cumpleaños se convirtió en una competición para dirimir cuál de los invitados generaba menos residuos y usaba menos plástico. O sea, ver quién de todos era el mejor, el mejor ser humano de toda la fiesta, claro.

 

Todavía me estoy preguntando que está pasando en esta sociedad cada vez más insustancial, cómo hemos llegado a confundirnos tanto, invirtiendo la jerarquía natural de los valores humanos, colocando lo importante en segundo lugar, y lo accesorio en el primero. Me espanta ver cómo los que se creen más tolerantes y ecológicamente correctos, prefieren limpiar de plásticos su entorno antes que hacer un verdadero ejercicio de ecología mental, limpiando sus pensamientos de juicios hacia quienes no actúan o no piensan como ellos. Aún me pregunto cómo se puede reducir el valor de una persona, o su catalogación de si es un buen o mal ciudadano, a su buen o mal comportamiento ecológico. La ecología se ha convertido en una nueva deidad. Como tantas otras. Así que es necesario reflexionar de forma propia y correr el riesgo de ser condenado al ostracismo social, pero hay que cuestionar el pensamiento dominante. Ya lo hemos hecho en otras épocas. Claro que es incómodo, pero mucho más incómodo resulta no ser libre.

 

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