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Suerte

Guillermo Uruñuela

 

Lo veía salir del Hotel San Antonio con los pantalones manchados de café después de haber recogido varios centenares de tazas del buffet del desayuno. Su cometido básicamente era retirar lo sucio para meterlo en la cadena de lavado y acto seguido, cargar un carro para reponerlo todo. Con su licenciatura debajo del brazo y con muy poca experiencia probó suerte dejando currículums pero, así de primeras, las expectativas eran más bien bajas.

 

De esta forma continuó meses a turno partido. Por la mañana y por la tarde. Se preguntaba cómo saldría de aquella infernal cocina si no disponía ni tan siquiera de tiempo para poder buscar otro empleo. Además, su condición de foráneo no le facilitaría las cosas. No contaba apenas con conocidos; mucho menos, con amigos.

 

Llegó un día en el que le vi salir decidido hacia las oficinas de uno de los trabajos en los que había dejado sus datos. Le comentó a su interlocutor que estaría dispuesto a realizar cualquier cometido dentro de la empresa. Y arrancó con pequeñas tareas. Una de ellas era la de participar en una tertulia deportiva de televisión en la cual hablaba de equipos tan desconocidos para él que no conocía ni el color de su indumentaria. El programa se grababa los miércoles a las 12:15. Él, media hora antes, se quitaba la pajarita, se cambiaba en el coche la blusa y salía escopetado.

 

Le observaba extrañado cuando aparecía en la redacción precisamente aún con los pantalones chorreteados, los zapatos de camarero y una camisa que no coincidía con su indumentaria. Se sentaba y miraba sus notas (unos apuntes que tomaba en una hoja, muchas veces, esa misma mañana cuando se escaqueaba al baño en pleno servicio). “CD Tahíche (azul y blanco, Gustavo Careca) 2-1 Pedro Hidalgo”. Algo así era.

 

Tras unas semanas, su jefe le preguntó si tenía experiencia fuera de plató, delante de una cámara, para grabar una serie de reportajes sobre las escuelas deportivas. Recuerdo que no le dijo un sí rotundo pero tampoco un no. Creo que en cierta manera le mintió. Básicamente le contestó que no se preocupara; que lo haría -aunque no sabía muy bien cómo- Le pedía consejo a los cámaras con los que iba a grabar sobre cómo sería mejor empezar; qué plano era el adecuado y cómo cerraría aquello. El resultado, deficiente pero a fin de cuentas el encargo estaba realizado como prometió.

 

Un año después, a más de dos mil kilómetros y pensado hacia dónde orientar su vida recibió una llamada de su antiguo jefe. Le ofreció trabajo  y pocos meses después estaba funcionando.

 

 

Su carrera, en ese entonces –ahora incluso peor-, contaba con un paro del 99% para los recién licenciados. Algunos compañeros de facultad  y gente de su entorno le comentaron que había tenido mucha fortuna de encontrar aquello. Él, para no resultar arrogante, asentía y sonreía. “Es verdad, he tenido mucha suerte”.

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