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Una expiación de mil pavos

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 


La Permanente coalicionera acordó ayer, tras una reunión celebrada en el feudo tinerfeño (jugando por tanto en campo propio) no sólo no expulsar a la diputada Ana Oramas, sino tampoco expedientarla.

 

La Permanente coalicionera acordó ayer, tras una reunión celebrada en el feudo tinerfeño (jugando por tanto en campo propio) no sólo no expulsar a la diputada Ana Oramas, sino tampoco expedientarla. La permanente remató el asunto con un discreto y caballeroso tirón de orejas a la diputada y una multa de mil euracos que tendrá que pagar la incombustible Oramas. Dicen que es la máxima sanción que permite el reglamento del grupo parlamentario nacionalista en Teobaldo Power, aplicado en este caso por similitud, dado que en San Jerónimo, como los de Coalición sólo tienen una diputada, y además era ella la que definía siempre la posición de su partido en el Congreso, pues no habían tenido nunca muchos problemas de disidencia interna.

 

Al final (y lo lamento mucho por las expectativas creadas), en la Permanente optaron por lo que resultaba si no lo más razonable, al menos sí lo más prudente, que es no dispararse un tiro en el pie, para evitar que Oramas siguiera bailando ella sola al baile que se le antoje. Bastante problema tiene Coalición con sobrellevar haberse quedado fuera del poder en Canarias, como para empezar ahora a cargarse lo poquito que le queda. O sea: que Oramas resuelve este asunto con mil euros menos en su sueldo, y con un buen puñado de nuevos admiradores -de aquí abajo y de toda España- en la faltriquera, que le vendrán bien para subirle la libido después del fatal numerito, o para ganarse unos votos si es que vuelve a presentarse. Porque el análisis de lo que ha supuesto su flagrante desobediencia a las instrucciones recibidas, convertido en uno de los asuntos de más enjundia en las conversaciones y declaraciones nacionalistas de estos últimos tiempos, no está completo solo con los justicieros aspavientos de Mario Cabrera. Alguien debe haberse parado a contar adhesiones a la diminuta Ana entre dos grupos no necesariamente idénticos: uno es el de los votantes conservadores de Tenerife, esos que antes votaban en las generales al PP (y ahora alguno a Vox), y en las locales muchas veces lo hacen por Coalición. El posicionamiento de Oramas en el debate de investidura la sitúa como futura apuesta de esos votantes, y como la nueva Evita para los canarios y descendientes de canarios damnificados por el chavismo, que en Tenerife son legión. Se dice que en la isla viven un par largo de decenas de miles de repatriados venezolanos que identifican a Pablo Iglesias con Maduro y su propio calvario. Entre familiares, y adheridos suponen un montón de gente, gente en la que seguramente no pensaron quienes decidieron la abstención de Coalición en la investidura.


Pero la más interesante de la decisión de la Permanente, que habrá de refrendar (o no) el Consejo Político cuando la Oramas acuda a finales de este mes a explicarse, es como con una multa han cerrado en primera instancia un conflicto que parecía arrastrar mucha más mala sangre. Es curioso que el asunto -presentado en clave precongresual- haya dado para tanta reflexión cismática, tanta amenaza de inevitable ruptura y tanto debate sobre el alma del nacionalismo. Un jolgorio bastante inútil, porque al final, lo que no ha dicho nadie, es que Ana Oramas siempre ha hecho con su voto en el Congreso lo que a ella le ha dado la real gana.

 

Y, por cierto, no le ha ido tan mal.

 

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