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Escamas de pescado, la nueva moda sostenible

La diseñadora brasileña Barbara Della Rovere elabora piezas con piel y escamas de pescado

 

  • Lancelot Digital
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    Ni pieles sintéticas ni de mamíferos como el visón. Cuando la brasileña Barbara Della Rovere decidió crear su propia marca, optó por un nuevo tejido que le había “fascinado” en su país natal: la piel de pescado. “Al principio lo hice por diversión”, afirma a EFE esta diseñadora afincada en Roma, que vio la oportunidad de dar empleo a compatriotas en la distancia.

     

    En el sur de Brasil, en la bahía de Paranaguá, las mujeres de una cooperativa se encargan de quitar la piel de lo que pescan sus maridos para vender la producción limpia en el mercado.

     

    Se deshacían de los restos en el río, hasta que unos expertos les advirtieron de que estaban tirando el dinero. Aprendieron entonces a aprovechar la piel y teñirla con colorantes naturales.

     

    Esas mujeres se convirtieron así en las primeras proveedoras de Della Rovere, quien deja la confección posterior en manos de artesanos italianos.

     

    “No comencé pensando en una marca sostenible, pero así ocurrió”, subraya la creadora.

     

    Más de una vez le ha tocado enfrentarse a ciertos prejuicios: “Cuando cuento que hago bolsos de piel de pescado, lo primero que hace la gente es preguntarme si huelen mal”. “En absoluto –responde-, a la piel se le aplican tratamientos naturales; además es muy resistente y flexible, y da muchas posibilidades”.

     

     

    En su búsqueda de más socios, la brasileña se ha topado también con comunidades que no quieren hablar de sus técnicas de procesamiento.

     

    Ella, en cambio, prefiere trabajar con quienes poseen certificación. “Para mí es importante controlar la cadena” y evitar los químicos, ya que “no puedo promocionar algo que no sea sostenible de verdad”, declara.

     

    Escamas provenientes de África

     

    En el lago Turkana de Kenia, una zona desértica donde la pobreza campa a sus anchas, los pobladores pescan perca del Nilo un pez de agua dulce que puede llegar a medir cerca de dos metros.

     

    La empresa Victorian Foods procesa el pescado, lo corta en filetes y lo transporta hasta una ciudad de donde parte a otras zonas del país y del extranjero. Su director ejecutivo, James Ambani, nunca se imaginó que pudiera contribuir a la moda, pero ahora que ha diversificado el negocio no se arrepiente.

     

    “Antes tirábamos mucha parte del pescado a la basura. Vendíamos la piel a 10 céntimos de dólar y ni siquiera era rentable, así que comenzamos a destruirla”, comenta.

     

    A veces se usaba como fertilizante o pienso. Desde que la procesan como textil, Ambani ha pasado a contratar a más mujeres para esa tarea –hasta 21- y a depender de más pescadores, hasta 300.

     

    Una vez que se desuella la perca, la piel se lava, se escurre y pasa por distintas etapas con el fin de dejarla curtida.

     

    El directivo detalla que trabajan con “instrumentos improvisados”, aunque para el tinte y el acabado tienen que pedir prestadas las máquinas. Por una pequeña pieza ahora cobran 20 dólares y por una grande, hasta 100. Ni punto de comparación con las tarifas del pasado.

     

    Ejemplo de economía azul

     

    “Me gusta que la industria de la moda esté cambiando y use materiales sostenibles procedentes del océano”, argumenta Ambani.

     

    Lo que llaman “moda azul” es parte de un concepto más amplio, el de “economía azul”, que pretende desarrollar productos biológicos con materias primas marinas.

     

    Una llamada a la sostenibilidad en un sector como el textil, de los más contaminantes y que depende de gran cantidad de suministro eléctrico, pesticidas, petróleo y agua para funcionar.

     

    El pasado noviembre se celebró en Nairobi una conferencia internacional sobre economía azul sostenible. Varios diseñadores africanos fueron invitados a crear piezas inspiradas en mares y lagos.

     

    “Al ver la piel de pescado por primera vez me sentí atraído por las escamas y las diferentes texturas, pensé en las gotas y las olas del océano, y las combiné con el color”, sostiene uno de esos artistas, el keniano Jamil Walji.

     

    Superada la prueba, asegura que intentará incorporar el tejido a la mayoría de sus diseños por la “respuesta” que ha recibido de sus clientes, que “amaron esa combinación de piel de pescado y tela tradicional africana de algodón puro”.

     

    “Las personas necesitan aprender sobre la sostenibilidad ambiental. Son los consumidores quienes acaban comprando ropa y, si prefieren moda sostenible, la industria cambiará desde dentro”, destaca Walji.

     

    Su visión de “comprar poca ropa cara que dure toda la vida” contrasta con las importaciones de bajo costo que inundan los mercados en muchos países de África dañando la producción local, ya sea fruto de donaciones o de colecciones de sobra enviadas por grandes cadenas a final de temporada.

     

    Tradición y experimentación nórdicas

     

    Mayor tradición por el uso de piel de pescado tienen los países nórdicos, donde se lleva en ropas y accesorios desde hace tiempo. Algunas marcas recurren a peces de agua fría como el salmón o el bacalao. En las islas Feroe o Islandia, además de elaborar cuero de pescado, se está experimentando con nuevos materiales como las algas, cuyo cultivo ayuda a “capturar carbono y mitigar el cambio climático”, apunta el asesor Jákup Søresen, de la organización para la Cooperación en el Atlántico Norte (NORA).

     

    “Invitamos a los diseñadores a utilizar materiales marinos locales. Los pescadores, que buscan mejores precios, necesitan crear una mayor demanda y llegar a marcas más grandes con consumidores dispuestos a pagar más”, añade.

     

    La especialista de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Jacqueline Alder recuerda que “las oportunidades de la gente que vive en pequeñas comunidades pesqueras son muy limitadas y, si se crea un valor para esa parte del pescado que se desecha, mejorarán las condiciones de vida de muchas personas”.

     

    Se calcula que una tercera parte del pescado y del marisco se pierde o desperdicia a nivel global, importante merma para los cerca de 60 millones de personas empleadas directamente en el sector.

     

    Según Alder, la piel del pescado, que varía en apariencia con cada especie, representa una industria emergente con capacidad de crear “productos únicos”.

     

    Una actividad que emplea a más personas que otras en las que el procesamiento sirve para obtener fertilizante, aceite o harina de pescado.

     

     

    La experta llama a investigar más las propiedades del pescado para aprovechar mejor su piel e invertir en una producción sostenible con el medioambiente. Quién sabe si en las escamas está la moda del futuro.

     

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