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Carta de mi amiga Oliva: Juanito, hijo de Mariana

Por Lorenzo Lemaur

 

Juan, Juanito nació a principios del pasado siglo XX. No nació con madre conocida. Se crió en un hospicio, de monjas, en la isla de Gran Canaria. Como cualquier hospicio de esa época en España, tenía carencias de todo tipo. Madres amamantadoras que cobraban unos reales, a cambio de su leche, alimentaban a los bebés que allí vivían. Mariana era una de esas madres. Había amamantado en otras ocasiones, cuando coincidía que Sor Augusta la buscaba porque sabía que había parido otro hijo. Esta vez fue porque tenía leche de sobra, una vez que nació su hijo Manuel. Seis meses después de parir Mariana, entró con un mes de vida Juan en el hospicio. Acudió, porque le pagaban su labor y aunque no fuera mucho, algo ayudaba para alimentar bien a sus hijos. Su marido era pescador. No pasaban hambre, pero quería que sus hijos crecieran sanos. Así que usaba ese dinero para comprar aceite y algo de carne.

 

Mariana tenía siete hijos. De edades diferentes, desde los 12 años hasta los seis meses que tenía Manuel. Vivía en el barrio marinero de San Cristobal, en la entrada a Las Palmas por el sur. Un barrio humilde, cerca del hospicio. Sin lujo alguno pero con lo imprescindible para una familia en ese tiempo.
Cada día, Mariana iba al hospicio a alimentar a aquel niño.

 

Juan estaba sano. Como cualquier niño sano, la leche de Mariana lo hizo crecer durante ocho meses. Juan era el niño mas rubio que Mariana había visto en su vida. La piel era tan blanca y delicada que Mariana pensaba que no era posible que ese niño fuera de la isla. Sus hijos eran morenos. Con esa preciosa tez isleña, común en la zona.

 

Con el tiempo, Mariana pasaba cada día por el hospicio, en horas que no tenía porqué ir. Salía de su casa cada tarde, con la única idea de ver a Juanito. La idea de una posible adopción le rondaba la cabeza. Empezó a ser una constante en su cabeza, un pensamiento recurrente; "Lo perderé, alguien se llevará a Juanito. No podré verlo más. Pero soy su madre. La única madre que tiene. Y lo quiero como a un hijo. Me lo llevaré. A nadie le importa. Ni se enterarán.... "

.

Un día sor Augusta la vio meciendo a Juanito. Le cantaba un arrorró, para que se durmiera. La monja pensó que era tarde para que Mariana continuara en el hospicio. Vio su cara, meciendo a la criatura y lo supo. Mariana ya no podría seguir amamantando a Juanito.

 

La mañana siguiente, Mariana entró como siempre en el hospicio. Se dirigió como siempre a la sala de cunas. Pero Juanito no estaba allí. Se puso tan nerviosa que empezó a respirar de forma extraña. Y a gritar, ¿dónde está? ¿Dónde está mi niño? ¿...dónde? Las monjas se alertaron. No entendían lo que balbuceaba en ese estado. Le dijeron que se calmara. Que se sentara. Y que llamarían a Sor Augusta.

 

A los veinte minutos..., apareció Sor Augusta. Se sentó con ella. Le dijo a las otras monjas que se fueran. Ella se encargaba de las madres que amamantaban a los bebés del hospicio.

Mariana temblaba, como una niña. Era una mujer alta, fuerte y robusta pero en este momento era una mujer frágil y débil. Sor Augusta le dijo: Mariana, tienes siete hijos. No puedes criar otro. No te lo darían en adopción. Sabes como va esto. Has amamantado a otros bebés ya.
Mariana no decía nada. Pero se le caían las lágrimas, mientras asentía con la cabeza.

 

Sor Augusta la miraba. Le dijo al oído..., mira, acompáñame al despacho, debo pagarte este mes y se me había pasado. Mariana la miró, se levantó sin ánimo alguno y la siguió. Cuando entraron en el despacho, Mariana vio a Juanito. Estaba en un capazo, vestido con ropa de calle. Corrió hacia él. Sor Augusta cerró con llave la puerta. Unos minutos después, le dijo a Mariana, puedes llevártelo. Puedes criarlo. Sé que eres buena mujer y buena madre. Pero no puedes adoptarlo legalmente. Jamás podrás ponerle tus apellidos y no se lo podrás contar a nadie. Vete. Y no vuelvas más por el hospicio.

 

Mariana no pensó en nada. Solo oyó que podía llevarse a Juanito. Y se lo llevó, mirando atrás hasta que llegó a su casa. Durante tres años siguió pensando que irían a quitarle a Juanito. Pero un día se olvidó de ello. Y siguió criando a su nuevo y octavo hijo.
Ya de mayor, pasados los años, Juanito se casó. Más tarde se vino a vivir a Lanzarote. A Arrecife.

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