PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Esta noche a las 10 y 10

Andrea Bernal

 

(Esto no es una necrológica, aunque podría revestirse de tal modo, pues toda escritura ofrece un juego posible, es un saltamontes entre las normas)

 

“Los vientos y las olas -dice Gibbon- están siempre de parte de los navegantes más diestros”- Emerson

 

 

 

Omicron, la variante del SARS-COV2, sigue presente en nuestros días.

La o pequeña, según su etimología,-“omikron”-, me contempla tendida en una cama del Hospital Insular junto a un hombre de 85 años.

“Carne vieja soy ya”, responde a la enfermera que le atiende. Ella sin embargo sigue diciendo “Ay, mi niño, mi niño”.

Parece esperar a ser intubado y su respiración suena ronca y pesada, como un hondo tropezón.

“Esta es mi balada de viejo marinero”, me dice guiñando su ojo izquierdo. Yo observo con timidez.

Tiene algo de personaje de Tolstoi, no identifico quién.

 

Sus ojos azules y su barba blanca parecen haber postrado ante mí al mismísimo Papa Noel.

De pronto saca de su bolsillo un reloj de cuerda con un escudo. No hace más que darle cuerda y mirarlo fijamente una y otra vez.

 

El tiempo de hospital no parece tiempo. El tiempo nunca es como pensamos.

Esta reflexión se hunde en mi mente. Todos hemos sentido alguna vez la lentitud del tiempo en un hospital, o su consciente precipitación ante la avalancha de noticias o urgencias.

En este caso el tiempo era una sábana desplegada, un mar tranquilo que sostenía desde Arrecife la serenata del viejo marinero.

 

La enfermera entró para comunicarle que había llegado su hijo. Solo se permite una visita.

 

Tras su barba se produjo una sonrisa reluciente, casi infantil, que le hacía mantener su ironía y al tiempo hacía olvidar su aire aristocrático.

 

-¡Alejandro!, viniste.

 

-Qué tal papá.

 

El marinero sacó de su bolsillo con algo de dificultad su pequeño reloj y dijo:

 

-Mira, Alejandro, observa: No me puedo morir hasta las 10 y 10.

 

Su hijo le miró desconcertado, hizo una mueca, intentó reírse. Finalmente se escuchó una espolvoreada risa forzada por la habitación.

 

Días más tarde – ya recuperada- pregunté por aquél entrañable marinero y acompañante por unas horas de convalecencia .

 

-Ha fallecido, me dijo la enfermera que le atendió.

El gran Octavio Padilla Torquemada. Arrecife, 26 de diciembre de 2021. Veintidós horas y diez minutos. Descanse en mar.

Comentarios (0)