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Por fin, permiso para rehabilitar en Arrecife

 

 

 

  • Lancelot Digital
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    Tras más de 20 años de lucha, no pocos sinsabores, y mucha injusticia, la familia Cabrera-Panasco conseguía, hace unas semanas, la licencia para poder rehabilitar el edificio de la calle Real, número 11. Tras muchas ideas y proyectos, por fin Patrimonio del Cabildo, aplicaba el sentido común y daba el visto bueno al proyecto presentado por la propiedad quién, no sólo va a respetar la fachada original, añadiendo los balcones que a finales de los años 80 desaparecieron, hasta la primera crujía (parte delantera de la casa hasta la primera columna). Luego remontará hasta la altura del resto de edificios colindantes, permitiendo la construcción de 8 viviendas y dos locales comerciales. Con el visto bueno de Patrimonio, el handicap que hasta ahora había impedido a esta conocida familia construir un nuevo edificio, el Ayuntamiento capitalino ha otorgado la licencia de demolición y el permiso de construcción. Y ya era hora. No era de recibo el calvario que esta familia, como otras en Lanzarote, han pasado por intentar hacer lo que se hacen en tantas otras ciudades avanzadas del mundo, que han salvado gran parte del patrimonio aplicando políticas proactivas con los propietarios de edificios singulares o con algún tipo de valor cultural o patrimonial.

     

     

    Sudor y lágrimas

     

    Por el contrario, los propietarios de esas casas antiguas sufrían (y sufren todavía) un castigo doble: Patrimonio no dejaba demolerlas, tampoco buscaba una solución intermedia, y veían, los propietarios, como tenían que seguir pagando las contribuciones mientras el edificio se caía o era inhabitable. Muchas de esas casas son propiedad de familias numerosas, algunas de ellas son herencias que corresponden a 15 o 20 los propietarios, cada uno de ellos con una idea diferente y con posibilidades económicas distintas. Ninguno dispuesto a arruinarse en rehabilitar o mantener de pie en condiciones un edificio que, al final, se suele convertir en una pesada carga si se tiene la “mala suerte” de que el funcionario de turno, con criterios más que discutibles, se empecina en amargarte la vida. Y eso ha ocurrido mucho en esta isla, donde, por una especie de provincianismo no exento de cierto mesianismo, han conseguido que ya nadie quiera conservar nada o tener una casa vieja. La prueba empírica del fracaso de la política patrimonial de la capital de Lanzarote aplicada hasta ahora es la imagen deplorable que presenta el llamado Arrecife viejo o porteño. ¿Cuánto daño más había que hacer para saber que ya se ha hecho demasiado? Prohibir no era la solución. La solución es, y ha sido siempre, buscar políticas incentivadoras que permita a los propietarios (nuevos o viejos) invertir en una rehabilitación que no se convierta en la ruina económica para la familia. No por ser viejo un edificio tiene ya un valor. Las ciudades son como entes vivos, que nacen, crecen, mueren y vuelven a nacer para transformarlas. A veces para mejor. Aquí se ha hecho mucho daño a terceros por aplicarse una política equivocada cuando no ciertamente estúpida. Esperemos que se empiecen a desatascar otros proyectos de rehabilitación de antiguas casas del centro de la ciudad que llevan años esperando en una polvorienta gaveta de las muchas de las administraciones públicas.

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