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Hay mucha fruta podrida

Por Alex Solar

 

Dicen que la fruta es cara, tanto como el famoso pescado al que se refería el pintor valenciano impresionista Sorolla. Recuerdo haber visto en su a poco de llegar yo a España ese lienzo que representaba una patética escena en una barca, donde dos pescadores atendían a otro compañero accidentado. ¡Y aún dicen que el pescado es caro!, la tituló el artista, retomando un párrafo de una novela de Blasco Ibáñez que describía un suceso semejante. Siempre ha sido así, desde las manos callosas del productor agrícola, ganadero o del que faena en el mar, la mercancía pasa de mano en mano de intermediarios ávidos recreciendo hasta diez veces su precio original. Me encuentro, como tantos, en la situación de no ser un capitalista sino un consumidor común y corriente que debe pagar los precios que dicta el mercado. El libre mercado de esta economía que consiste en eso, en aumentar el valor de las mercancías elaboradas por los trabajadores mal pagados y al borde de la pobreza extrema.


Tengo la desgracia de tener cerca de casa a una superficie comercial dependiente de una de las cadenas europeas de la distribución más importantes. Uno de estos días llevé una caja de fresones que no era de las más baratas, o sea aquellas en las que uno se atreve a cuenta de su propio riesgo y dinero. Normalmente no son muy aprovechables, pero desistimos de reclamar dado el bajísimo precio, menos de un euro el paquete de medio kilo, que ya avisaría del desastre incluso a los más inadvertidos. Por fuera, la fruta parecía muy apetitosa, pero al desempaquetarla se pudo descubrir que en el fondo de la bonita caja de madera había un amasijo de unidades podridas, tal vez puesta allí aposta. Me di el trabajo de seleccionar las frutas comestibles y pesarlas : de un kilo de Fresón Selecta, a 2,49 Euros, solo eran aprovechables 872 gramos, y 154 gramos eran fresones podridos, basura. Me puse al habla con la encargada del supermercado y le mostré las pruebas. Muy correctamente, se disculpó y me aseguró que me recompensarían por la molestia en cuanto llegara una nueva partida, para lo cual me pidió mi número de teléfono. De esto hace unos meses, a veces me cruzo con ella en los pasillos, pero sigo esperando. No es un episodio aislado, al menos en esta ciudad alicantina de 50 mil habitantes y sede del mayor campus universitario de Europa. Hay en ella muchas fruterías, algunas regentadas por ciudadanos extranjeros de la India o Pakistán, que exhiben en sus tiendas una muestra abigarrada y colorida de frutas y hortalizas. Las baratas están en rumas de cajas de plástico invadiendo la acera. Las de mejor calidad están reservadas en las estanterías interiores y al pasar por caja uno debe indicar si la mercadería que lleva es “de fuera” o “de dentro”, porque el precio varía y mucho, lo mismo que su sabor y duración, como se pueden figurar.


En mi barrio hay poco que elegir, apenas un par de comercios que tienen lo más esencial y de marcas poco habituales. Frutas y hortalizas son una exigua selección no del todo fiable. En suma, lo pasamos mal intentando consumir lo mejor posible con nuestro limitado presupuesto.


Lo que hay es mucha codicia, mucha especulación y demasiada fruta podrida. Pero no solo en las estanterías de los supermercados y tiendas de barrio, por supuesto. Hay podredumbre en la FIFA, que amaña concesiones de sedes de mundiales y que es gobernada por una mafia de directivos trincones, la hay en la política y en las más altas instituciones del Estado, según vamos viendo. Y el hedor es tan insoportable como el que percibía en Dinamarca el centinela Marcelo de la célebre tragedia de Shakespeare.

 

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