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Regreso al futuro

Antonio Salazar

 

Si hay algo que la historia nos ha mostrado es que el ser humano hace una cosa realmente bien, resistir, incluso sin tener un plan premeditado para ello. Antes de que los políticos manosearan impúdicamente el término, la resiliencia (capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado de situación adverso) estaba bien descrita por el burro cargado busca camino que decían nuestras madres. Es tan evidente la anterior afirmación que no cabe prueba en contrario, con perdón. Ahora no solo tenemos un plan que incorpora el término de marras en su enunciado, también pasa por alto algo esencial, que está repleto de prioridades que no son económicas o sociales, tan solo políticas. Tanto que no son pocos los que conjeturan que los abundantes recursos que vendrán de la Unión Europea, si obtienen el plácet de las autoridades comunitarias, serán tan útiles como el célebre y recordado Plan E de Zapatero.

 

En vez de intentar acometer eficazmente los resultados de una pandemia letal para las personas y la economía, en todo el mundo pero particularmente en España, nuestros nunca bien ponderados gobernantes en el poder han lanzado otro plan que trata de establecer cómo debe ser este país en 2050. Si hay algo que la historia nos ha mostrado es que el ser humano hace una cosa realmente mal, prospectar. No por torpeza, claro está, tan solo imposibilidad material porque el conocimiento está disperso en sociedad y es muy complicado intuir hacia dónde se dirigirán los deseos o anhelos de los seres humanos en el futuro. Hay un ejemplo bien interesante en la película “Regreso al futuro”, de Robert Zemeckis. Muchas de las virguerías tecnológicas que nos presentan en el film estaban relacionadas con la movilidad, muchas de las cuales siguen siendo un sueño. Sin embargo, cuando se tienen que avisar usan un teléfono fijo para hacer las llamadas. Creían que el futuro vendría marcado por la movilidad, no por las comunicaciones y ya sabemos qué ocurrió.

 

 

Se equivoca Sánchez, valga la redundancia, no solo en la metodología -un plan tan pretencioso debería contar previamente, como mínimo, con la anuencia de la sociedad a la que se dirige -, también en lo que se puede o no abarcar. La innovación no funciona de arriba hacia abajo, no se establece un objetivo caprichoso y se ponen normas y medios a funcionar para tratar de conseguirlo sin respetar a su vez los medios y fines de las personas que componen la sociedad. No es normal que desde la política se establezca, por ejemplo, que comemos demasiada carne y que debemos rebajar sustancialmente su consumo. O sí lo es en un país anestesiado que ignora las lecciones de la historia y ha decidido entregarse al Gran Hermano. 

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