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Defender a un presunto inocente es pecado

 
Los numerosos casos de corrupción política que se han conocido en los últimos años en España ha hecho insoportable el ambiente. La gente está cansada de que cada día en este país nos despertemos con el anuncio de registros, detenciones y encarcelamientos de políticos, empresarios o banqueros. Y del asombro inicial se ha pasado al hartazgo. No solo ha sido positivo por higiene democrática que se destapen esos casos de corrupción, donde la mayoría de los partidos que han gobernado en los distintos estadios de la administración local, autonómica o estatal, sobre todo PP y PSOE, se han visto involucrados (también la Convergencia de los Pujol en Cataluña), sino para acabar con  la sensación de impunidad que reinaba en este país. Lo negativo es que tal degradación moral detectada o descubierta ha convertido en culpables a todas las personas investigadas lo sean o no. La presunción de inocencia, principio básico del derecho (aquello de que ante la duda es mejor dejar libre a un culpable que encerrar a un inocente) ya no se respeta. El bombardeo mediático ha sido tal que se da la paradoja que dentro de poco habrá que inventar la figura jurídica de “presunto inocente”. Los árboles no nos ha dejado ver el bosque y ya es imposible impedir que ante la opinión pública todos sean culpables antes de ser juzgados. Y es peligroso llegar a esta situación provocada por la propia corrupción insoportable como por la guerra partidaria de los partidos políticos donde todos van con gasolina al incendio. Se mete a todos en el mismo saco sin analizar los casos de manera ponderada y justa. 
 

Linchamiento social 

 
Hemos llegado a tal grado de ganas de venganza contra la corrupción que nos importa muy poco si de los 20 imputados 10 sean inocente o no. No será la primera vez que un político o un empresario que han juzgado y condenado previamente en la plaza pública del pueblo salga absuelto años después, pero lo hace hundido moral y socialmente. Incluso alerta ver cómo se ha instalado en la sociedad española y lanzaroteña ciertos tips inquisitoriales. Y conocemos casos de inocentes que se muestran impotentes para incluso defender su inocencia o dudar (lo que ya es grave) si realmente lo es o no. La culpa de tal estado de linchamiento social es la corrupción, sin duda, pero también la falta de cultura democrática. Lo peor es que muchos saben que estamos jugando con fuego y que de seguir así, con jueces justicieros y fiscales estrellas, llegará un momento que la impotencia del inocente investigado será tal que ya no habrá solución. Tan peligroso es pasarse por exceso como por defecto, lo saben pero nadie defiende en estos momentos la presunción de inocencia porque no es políticamente correcto. Y es tan peligrosa la corrupción como corromper el sistema judicial con la excusa de que vale más disparar al bulto y por elevación porque la mayoría son culpables y si entre ellos cae abatido un inocente se considera daño colateral soportable. Tanto ha sido el linchamiento que simplemente defender el principio de presunción o de distinguir entre imputados es calificado de defensa de la corrupción de aquellos que lo hagan. Y llegaremos al extremo que defender a un presunto inocente sea un delito o esté mal visto. Sólo es una reflexión en voz alta en el peor momento para defender, posiblemente, a los investigados. 

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