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Muchas dudas y tres soluciones

 

Por Guillermo Uruñuela

 

Escuche el artículo leído por su autor.

 

 

 

 

Con el amigo Koldo ocupando todos los titulares de la prensa nacional a uno se le empiezan a aparecer en la mente escenas novelescas de tramas oscuras y entramados conspiranoicos que asustan. El engranaje democrático es tan complejo y sofisticado que es difícil poder ordenar un todo tendente al caos porque en un mar revuelto es imposible distinguir quién es quién.

 

Por ese motivo me atrevo a proponer una serie de medidas que los que estén dentro no verán con buenos ojos, pero quizá, los que se encuentren en el otro lado de la barrera las puedan valorar como interesantes.

 

Comencemos.

 

Intentaré ilustrar mi primera proposición con un ejemplo. Si cualquiera hoy en día decidiera entrenar un equipo de fútbol en categoría base, de niños, no podría hacerlo a no ser que contase con la titulación que te exige la Federación. Es decir, para realizar una actividad tan compleja como la de reunir a unos niños en un campo y ponerles a correr detrás de una pelota, te exigen una mínima formación. Ahora bien, si acabas en una concejalía, una consejería o en la mismísima presidencia del Gobierno de España, no tendrás que justificar nada a nadie. ¿Qué se puede hacer? Reclamar a cualquiera que vaya a ostentar un cargo público, una cierta preparación. ¿Cuál? Eso sería discutible. Ya hablaremos en otra columna de ello.

 

Dos. Cuando los partidos políticos presenten sus programas preelectorales tendrían que asegurarse de que todo lo que prometan lo puedan llevar a cabo en una legislatura, exactamente igual que funciona la ley que protege al consumidor de la publicidad engañosa. En markerting puedes persuadir o resaltar las bondades de tu producto, pero nunca mentir. Aquí haría lo mismo. Si no estás seguro de poder cumplir, no lo sumes como epígrafe más de tu programa o tendrás consecuencias. Y no me vale que la administración pública es compleja, que los trámites burocráticos son lentos… Pues no lo pongas. Así se realizaría un ejercicio de honestidad.

 

Tres. Quitando de la ecuación a los cargos de máxima relevancia del país y de las comunidades autónomas (incluyo Cabildos aquí en Canarias), al resto les obligaría a continuar con sus trabajos previos. Si uno de verdad tiene vocación de servicio público, de esta manera, demostrará que está ahí porque quiere. Yo añadiría un pequeño suplemento salarial al concejal de turno por el tiempo dedicado. Le asignaría un horario de no más de 15 horas semanales y le retribuiría con un pequeño complemento a su sueldo base que provendría de ese trabajo que no dejó. ¿Seguirían muchos metidos en política? ¿Bajaría mucho el nivel de vida? ¿Pasaría algo? No. No. No.

 

Conforme redacto más dudas tengo de todo. ¿Quién controla los horarios de los políticos? ¿Quién se entera de la gran mayoría de actuaciones que se gestan con el dinero de todos? ¿Qué es un asesor y para qué sirve? ¿Cuántos cargos públicos son necesarios para dirigir un país como España? ¿De cuántos casos de corrupción a pequeña escala no nos estaremos enterando en estos momentos? Muchas dudas y tan sólo tres soluciones que se me ocurren, así, a bote pronto.

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