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Historias de medianoche: La tristeza

 

Mar Arias Couce

 

Escuche el audio del relato

 

 

 

 

Estaba triste. La discusión le había generado un profundo malestar. Cansancio. Y miedo. Además, tenía la sensación de que no le importaba a nadie. Al menos, no demasiado. No tanto como para que cambiaran algo en sus vidas. Como para que pudiera influir en ellas.

 

La tristeza es como un pozo sin fondo, se agranda y se retroalimenta a sí misma hasta convertirse en un monstruo devorador que consume a su huésped.

 

Pensó en marcharse. Nadie la iba a echar de menos, se dijo aguantándose las ganas de llorar.

 

En las sombras, ella escuchó sus pensamientos. Así era, manipuladora y soberbia. Ama y dueña de sus víctimas. Se nutría de sus penas y calamidades. Se hacía grande con las miserias.

 

Ven, ven, conmigo, le dijo. Yo sí te quiero. Te comprendo. Te entiendo mejor que nadie. Conmigo puedes estar tranquila. Puedes llorar. Puedes sentirte mal todo el tiempo que quieras.

 

Su voz era dulce, le daba sensación de paz.

 

Por fin podría dejar de luchar, pensó, mientras se alejaba de la luz.

 

Y la tristeza escuchó sus pensamientos porque ese era su trabajo.

 

Ven conmigo, te llevaré a un lugar dónde nadie te volverá a encontrar.

 

Y ella siguió su voz, adentrándose en un universo lúgubre y espeso. En los recovecos de sus propios miedos que la dejaron encerrada en sí misma para siempre.

 

Nadie entendió qué le había pasado. Sólo ella supo que aquella había sido otra batalla ganada a la alegría.

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