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2017: el año del pesimismo

Por José Carlos Mauricio

 


Cuando esta noche muera el 2016 y nazca el 2017, los ciudadanos del mundo se abrazarán, besarán y se desearán un feliz año nuevo. Será más la expresión de un deseo que una esperanza real. Porque llevamos ya demasiado tiempo mirando al futuro con pesimismo, sin ver la luz al final del túnel. Hemos vivido una larga década en que el mundo en vez de avanzar parece retroceder.

Al principio de esta década sufrimos una profunda crisis económica con efectos sociales devastadores. Y cuando creíamos que empezábamos a salir, la política mundial se complica, las tensiones se agravan, proliferan las guerras locales, se echa mano del proteccionismo, se levantan muros, crece el nacionalismo agresivo y el militarismo. Y, en consecuencia, se degrada el escenario político y económico en todo el planeta.

Cuando estábamos en el 2015 creíamos que vivíamos el peor de los años. En España se encadenaron una sucesión de procesos electorales que cambiaron el mapa político del país, hasta el punto que vivimos un año con un gobierno en funciones. La crisis política no se producía solo en España. Era un fenómeno mundial. Y de manera especial en la Unión Europea. Un mix de nacionalismo, populismo y descontento social provocó una reacción radical contra todo el establishment político, contra los Estados nacionales y las instituciones europeas. La Unión Europea se convirtió en una torre de Babel de intereses contradictorios, que parecen irreconciliables. Europa discute, sin ponerse de acuerdo, sobre su proyecto, su identidad y su propia existencia. Vive, pues, una crisis existencial.

Pero si 2015 fue malo, 2016 resultó peor. Junto a las grandes secuelas de la crisis económica, del paro, la desigualdad y la desarticulación social, estallaron en las fronteras europeas graves conflictos y guerras locales: Libia, Egipto, Rusia-Ucrania y Turquía-Siria, con extensión hasta Iraq. Más allá de los muros de Europa, Occidente llevó sus guerras en defensa de sus intereses. Pero nos las devolvieron con salvajes atentados terroristas, más de un millón de refugiados y centenares de miles de ahogados. Una crisis humanitaria que conmocionó a Europa y que no se recordaba desde la segunda Guerra Mundial.

Este tiempo histórico tan crítico recuerda demasiado a la crisis de 1929. Empezó en todo el mundo con una dramática crisis económica y social. Le siguió una ola de proteccionismo y nacionalismo, igual que ahora. Y en menos de una década llevó al conflicto entre naciones y al militarismo, que culminó en el fascismo y el nazismo que desencadenaron la segunda Guerra Mundial.

El pesimismo

Los caminos se parecen aunque aún estamos lejos de la catástrofe. Pero seguimos dando pasos en la mala dirección. En 2016, los ingleses iniciaron los trámites del divorcio de la Unión Europea. Renzi perdió su referéndum en Italia. La crisis de refugiados siguió, las guerras de Oriente Medio se agravaron y, finalmente, Trump ganó las elecciones americanas. Una ola de pesimismo recorrió el mundo.

Una encuesta reciente de la Agencia Ipsos Mori, en que entrevistó a más de mil ciudadanos del mundo, confirma que estos ven el futuro peor que el presente e incluso que el pasado. Decididamente creen que vamos a peor. Curiosamente solo los chinos e indios ven el porvenir con esperanza. Aunque “solo” es una forma de expresión, porque China e India, juntos, suman 2.500 millones de habitantes de los 7.200 que habitan en el planeta. La encuesta refleja que a pesar de los problemas y dificultades de estas dos grandes naciones, China creció el 6,5% del PIB en el 2016 e India el 7,5%. Mientras Europa vive en un largo estancamiento económico, igual que Japón. Y con Estados Unidos en un débil crecimiento.

Pero estas encuestas no reflejan solo la mejora o empeoramiento del bienestar económico. Reflejan también las preocupaciones de los ciudadanos ante el clima político internacional. Y la inquietud que provoca la irrupción del efecto Trump en Estados Unidos.

Trump y el superpoder

Nadie esperaba que un magnate americano sin experiencia política, imprevisible y provocador, ganara finalmente las elecciones más demagógicas y sucias de la historia de Estados Unidos. Pero las ganó. Y el desconcertante personaje se ha convertido en el comandante en jefe del único superpoder en el mundo. Cada gesto que realice, cada decisión que tome, afectará a todos los ciudadanos del planeta. Por eso, una vez pasado el susto y la sorpresa de la noche del 8 de noviembre, los políticos de todos los países hicieron declaraciones para tranquilizarnos y tranquilizarse. Una cosa, decían, es lo que se cuente en un mitin y otra muy distintas las decisiones que se toman en el momento de gobernar. Nos aconsejaban: “Tengamos paciencia, el sistema político americano no va a permitir que se aplique la llamada Agenda Trump. Supondría un desastre para el mundo”.

Pero en estas últimas siete semanas, Donald Trump ha hecho declaraciones y designado a un equipo de gobierno que no solo no tranquilizan, sino todo lo contrario. Desde la dorada Torre Trump, de la Quinta Avenida de Nueva York, lanza cada día mensajes inquietantes. Recibe a políticos extranjeros de la línea dura: británicos del brexit o japoneses partidarios del rearme y habla con la presidente de Taiwan para provocar a los chinos. Todo gestos de amenaza, seguidos de tuits en los que en pocas palabras anuncia que va a modernizar y ampliar su arsenal nuclear, incrementar el gasto militar y defender a Israel de sus enemigos árabes, aplaudiendo incluso sus asentamientos. Finalmente, anteayer, escribió: “Estoy haciendo lo que puedo para no tener en cuenta las muchas declaraciones incendiarias y obstáculos que me está poniendo el presidente Obama”.

Es evidente que a Trump no le va eso que suelen decir los ganadores después de las elecciones: “Quiero ser el presidente de todos los americanos, de los que me han votado y de los que no. Quiero unir a toda la nación”. Pero las declaraciones responsables no van con Trump, le parecen una traición. Está por cumplir y gobernar con el apoyo del electorado que le votó, aunque sean tres millones menos del que no le votó.

Y por si quedaba alguna duda, su equipo de gobierno la despeja definitivamente: colocará a tres generales en cabeza de la Defensa y Seguridad Nacional. Ya ha dado sus nombres: James “Perro Loco” Mattis, el general John Kelly y el teniente general Mike Flynn. En Política Exterior a Rex Tillerson, presidente de Exxon Mobil, la única petrolera que se opone abiertamente al Tratado de París para el control del cambio climático. De resto, destacados dirigentes del movimiento reaccionario Tea Party como Tom Price en Sanidad, cuyo único mérito ha consistido en oponerse radicalmente a los programas públicos de salud. Y para que nada falte a la fiesta, un equipo económico que pretende la cuadratura del círculo: bajar los impuestos a las grandes corporaciones, aumentar la inversión y, así, hacer crecer la recaudación y disminuir la enorme deuda pública.

Los principales economistas americanos han puesto ya el grito en el cielo. Dicen que volver a las políticas de Reagan en el contexto económico actual de gran endeudamiento público, podría llevar de nuevo a la gran recesión que Obama dice haber evitado. Con los efectos gravísimos que estas políticas podrían provocar en la delicada situación de la economía mundial.

Europa en crisis existencial

Mientras se dispara el populismo y el nuevo nacionalismo americano, ¿qué hace Europa? Por de pronto, esperar. En marzo del 2017 tienen pensado celebrar en Roma el sesenta aniversario de la firma del Tratado de constitución de la Unión Europea de 1957. Pero lo que pretendía presentarse como la celebración de un gran éxito, puede convertirse en la constatación de un gran fracaso. Porque al final del mismo mes de marzo, la primera ministra inglesa, señora May, pondrá en marcha el artículo 50 del Tratado, que abre el proceso de dos años para la negociación de la separación del Reino Unido de la Unión Europea.

Todos saben que un brexit duro, como el que se ha anunciado desde Londres, supondrá un duro golpe para la Unión Europea y aún mayor para el Reino Unido. En donde cada vez son más las voces que piden “un brexit suave”. Lo que supondría salirse de las instituciones de la Unión pero mantener el mercado común de bienes, servicios y capitales. Desde Bruselas les contestan: “La Unión está basada en cuatro principios irrenunciables y inseparables: libertad de circulación, de bienes, servicios, capitales y personas”. Y si no se aceptan las personas, no se pueden aceptar las otras libertades.

Dicho de otra manera, a lo largo de este difícil año de 2017, Europa va a mantener una dura y difícil negociación con el Reino Unido. Y, al mismo tiempo, todos los grandes países europeos celebrarán elecciones decisivas, que definirán el futuro de Europa.

En marzo, elecciones en Holanda, uno de los países fundadores de la Unión y donde paradójicamente el avance del populismo xenófobo y antieuropeo es más fuerte en estos momentos. El resultado de Holanda, si fuera negativo, unido al del referéndum italiano del mes pasado, provocaría un importante avance de la extrema derecha europea.

Para llegar, a finales de abril, al momento decisivo: las presidenciales francesas. En la primera vuelta las encuestas indican que ganarán Marie Le Pen y Francois Fillon de la derecha clásica. Ambos pasarán a la segunda vuelta y quedarán atrás los socialistas. El 8 de mayo Francia decidirá el futuro de Europa. Si gana Le Pen, Europa estallará hecha pedazos. Si gana Fillon se reconstruirá el eje Francia-Alemania, como base de una nueva Unión Europea sin el Reino Unido, que avanzará hacia una mayor integración económica y de unidad política. Con una agenda global en diálogo con China, India, Rusia y Estados Unidos, para intentar contrapesar los delirios de la extrema derecha norteamericana.

Todo esto será posible si, a su vez, ya cerca del verano, las elecciones alemanas no desestabilizan al actual gobierno de Angela Merkel. Existe también un cierto peligro porque la política inmigratoria de la canciller alemana ha debilitado al actual gobierno. Habrá, por tanto, un cierto avance del populismo alemán, pero sin duda menos que en Francia, Italia, Reino Unido y Holanda. Ganarán los europeístas, pero se verán obligados a realizar un giro importante hacia un nuevo proyecto de Unión Europea política y socialmente más avanzado, que entierre definitivamente las políticas que han llamado de austeridad.

La España invertebrada

Como decía Ortega y Gasset hace más de un siglo, España es históricamente un país invertebrado. Y sigue siéndolo. Pero ha llegado el año en que tendrá que buscar su modelo de vertebración definitiva. Mientras Europa se debate en su crisis existencial en busca de una identidad que le permita fundar y construir un poder global, ¿cuál es el papel de España?

El mundo y Europa iniciarán en el 2017 el principio del tránsito hacia un cambio de época. Un proceso que les llevará con el tiempo a la construcción de un nuevo orden mundial. Con equilibrios de poder distintos a los que configuraron el final del siglo XX y principios del XXI. En ese nuevo tiempo histórico ya hemos entrado y a él tendrá que adaptarse España, le guste o no. España tiene que cambiar y ello le obligará a tomar decisiones difíciles, que hasta ahora ha ido aplazando. Ya no puede seguir esperando sentada a ver qué hace la Unión Europea o que harán los americanos, los chinos o los rusos. Debe pasar de espectador pasivo a actor importante en el proceso de construcción de la nueva Europa. Y en ayudar a definir su papel en el nuevo orden mundial, que empezará a construirse este año.

Los acontecimientos se precipitan, no esperan, nos obligan a actuar con rapidez. Y para poder intervenir en ellos, el proyecto de España se tiene que empezar a construir también con rapidez. Podríamos decir que se iniciará el 17 de enero en la Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas, que pone en marcha el diálogo, la negociación y un posible consenso sobre el nuevo modelo de financiación autonómica. Un asunto capital para la construcción de un país moderno y una sociedad democrática avanzada, como dice nuestra Constitución.

Se discute sobre los recursos que obtendrán las comunidades autónomas para financiar sus grandes servicios públicos. Y, por tanto, para vertebrar España. La Educación y la Sanidad, junto a la economía, son las claves para avanzar. Entonces veremos si Cataluña y Euskadi juegan al populismo y al brexit o ayudan a construir un país federal, descentralizado y fuerte que tenga un importante papel en la construcción europea.

Los canarios también tenemos que decidir si contamos con un Estatuto de autogobierno amplio y un Régimen Económico Fiscal que aporte los instrumentos y los recursos para modernizar e internacionalizar nuestra economía. Estamos, pues, ante una decisión histórica. Pero, desgraciadamente, no la tenemos clara. Existen muchos sectores de nuestra sociedad que no terminan de entender en qué momento histórico estamos. Y cuáles son las decisiones claves que en este 2017 tenemos que tomar. Y cuando no se tiene conciencia de vivir en un momento decisivo, se cae también en los peligros de los populismos y los brexits, que aquí se llaman insularismos.

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