Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

El Gobierno ha decidido que, para cuadrar las cuentas de la Seguridad Social, lo más rápido y menos problemático es achicharrar a los autónomos. La nueva subida de cotizaciones, presentada con la habitual jerga tecnocrática -“revisión de tramos”, “ajuste progresivo”, “adecuación a la renta real”-, no es otra cosa que una vulgar y corriente subida de impuestos de toda la vida, camuflada bajo la bandera de la justicia social. En los tramos mas altos, los autónomos podrán estar pagando más de doble en un par de años. El discurso oficial es impecable: los que más ganan pagarán más, los que menos, menos. Pero es que eso ya ocurre: los autónomos que más dinero facturan cotizan más. Esto de ahora no va de justicia, en la práctica lo que ha decidido hacer el Gobierno es aumentar el coste de trabajar por cuenta propia, sea cual sea el tramo que a uno le toque. El Estado, cada vez más voraz, necesita a los trabajadores autónomos como combustible de su maquinaria. Los achicharra, sí, pero no hay maldad en ello, solo pura necesidad energética.

 

El autónomo español (esa figura legendaria que sostiene el país mientras Hacienda le persigue) vuelve a convertirse en el contribuyente que más interesa al Gobierno. Y no porque sea rico, sino porque no tiene sindicato ni padrino ni abogado. No rechista, nadie hace huelgas por ellos, nadie corta carreteras para defenderlos. Son millones, pero cada uno está solo. Y ahí reside su desgracia fiscal: el autónomo no protesta, aguanta. Sea agricultor, fumigador de cucarachas, taxista, cantante de rock o propietario de un taller de reparación de coches, el autónomo es un tipo que se levanta por las mañanas, trabaja de ocho a catorce horas diarias, sobrevive, paga impuestos y vuelta a empezar. De poco sirve explicar que los autónomos crean el 70 por ciento del empleo nuevo en España. Su esfuerzo sostiene barrios, comercios y oficios que mantienen viva la economía real. Pero en la España del intervencionismo progresista trabajar por cuenta propia es casi una excentricidad ideológica, un acto de fe en la libertad individual que el poder observa con recelo. A los autónomos se les exprime con la misma naturalidad con la que se celebra después que “España va bien” y que “la recuperación avanza”.

 

El Ejecutivo ha vendido esta nueva subida de impuestos como una reforma modernizadora del sistema, cuando en realidad la supuesta reforma no reforma nada: lo único que hace es trasladar el agujero que hay hoy en el bolsillo del Estado, al bolsillo de mañana. Subir las cotizaciones aumentará la recaudación de manera inmediata, sí, pero también aumentará las pensiones futuras. Cada euro adicional que se ingresa ahora se traduce en derechos futuros mayores, de modo que el problema no se resuelve: quizá se aplace una o dos décadas, a cuando el autónomo viejo del futuro –el que hoy tiene entre 45 y 55 años- se jubile y haya que pagarle un poco más. Es la misma lógica de siempre, el mismo espejismo contable que lleva décadas maquillando el déficit estructural de un sistema de pensiones imposible de sostener ‘sine die’. La reforma no va a reformar una higa. Sólo retrasa el problema a un país unos años más envejecido que el nuestro de ahora. A corto plazo, el Gobierno logra un poco de oxígeno; a largo plazo, hereda el compromiso de pago de una factura mayor que no tendrá forma de pagar. Pero eso –lo que ocurra dentro de quince o veinte años- no parece importarle demasiado a nadie.

 

Es lógico: a quien lucha cada mes por llegar a fin de mes no le quita el sueño el equilibrio de la Seguridad Social en 2040. Bastante tiene con pagar el alquiler, los seguros y cuotas. Tampoco piensa en lo que ocurrirá el día en que se jubile. Sabe que cuando llegue ese momento cobrará menos que cualquier funcionario medio, por mucho que ahora le suban la cotización.

 

Las asociaciones de autónomos, esa sopa de letras en jerga apache que aglutina a un porcentaje ínfimo de emprendedores -ATA, UPTA, UATAE- han coincidido por una vez en algo: el sistema no da más de sí. ATA habla de “castigo fiscal”, UPTA pide una revisión inmediata del modelo, y hasta la propia UATAE, próxima a Sumar, reconoce que el incremento de cotizaciones no se acompaña de medidas para reducir la precariedad que asfixia a los trabajadores por cuenta propia.

 

La única duda es si el proyecto logrará imponerse: el PSOE se ha quedado solo en su propuesta. Ni los sindicatos tradicionales, ni los empresarios, ni siquiera Sumar o el resto de los socios parlamentarios del PSOE entienden la lógica de un incremento que castiga a los pequeños para sostener un sistema sobredimensionado. Pero no hay demasiada bulla en la calle: es la confortable soledad del sanchismo: todos saben que el plan no va a funcionar, pero cuesta decirlo en voz alta, no vaya a ser que la derecha se beneficie del ruido. Y sea peor el remedio que la enfermedad.


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