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Acojonados por la “poscensura”

 

 

Guillermo Uruñuela

 

 

Era domingo por la mañana y estaba leyendo el periódico en mi trinchera particular; en la terraza soleada de una cafetería con vistas al mar. Recibí entonces un mensaje de mi padre que me mandaba  un artículo de periódico. A duras penas pude leerlo porque se trataba de una foto rudimentaria pero conseguí llegar al final.

 

Me pareció soberbio el escrito. Era agresivo, armónico, ingenioso y poco convencional. Se podía intuir cómo el tipo que lo firmaba, al cual no conocía, tecleaba sin complejos, sin miedos ni ataduras. Luego, eché la mano al móvil para buscar su nombre y poder saber algo más de él. Juan Soto Ivars, puse en la pantalla, y pronto descubrí que el chaval tenía un bagaje extenso y notable pese a su juventud.  Fue un enlace el que me redirigió  a un vídeo suyo en el que se le veía hablando en una convención sobre la “poscensura”

 

Un término interesante que él mismo acuñó, o eso creo, y que me vino rápido a la mente a raíz del artículo que publiqué el mes pasado en estas mismas páginas sobre la ministra de Igualdad.

 

Todos tenemos miedo en 2021.  Me atrevería a decir que esta atadura psicológica es mayor que la de ayer y menor que la que poseeremos mañana ya que la vida corre más que nuestro intelecto. Nos da reparo expresarnos porque si bien, por surte no existe un órgano censor -hablo de España-, sí permanece al acecho una especie de masa sin rostro que nos juzgará, nos insultará con cobardía amparándose en el anonimato o nos pondrá en el disparadero tergiversando nuestro discurso.

 

En esa charla sobre la “poscensura”, Soto Ivars comentaba que esta forma de coaccionarnos era dura de digerir; y yo añadiría que nuestra total libertad nos hace parcialmente esclavos.

 

Hubo un momento muy interesante en el que pidió que aplaudieran aquellos que por algún motivo; ya sea vergüenza por lo que pensaría el vecino, por miedo, por corrección, por opinar diferente al discurso oficial, habían escrito algo en las redes antes de borrarlo para condenarlo al olvido. El ruido fue ensordecedor. Sin embargo, cuando formuló la cuestión al revés, apenas se escucharon palmas desde las butacas.

 

Qué quería demostrar con esto. Pues lo que lleva un servidor defendiendo un tiempo, -eso sí, con mucha menos capacidad y con la influencia justa como para que nadie se entere-  que estamos acojonados, por todo. Porque sí. Y disculpen la palabra, pero esa es la más sonora y contundente que se me ocurre. Todos tenemos la piel muy fina y en los temas escabrosos o nos callamos u opinamos como el resto; por lo menos públicamente.

 

 

Aquellos que hablan sin tapujos ni pavor pero con la suficiente humildad y empatía para comprender que no poseen la verdad absoluta son como rocas en mitad del cauce de un río. Se mantienen milagrosamente cuando la corriente es fuerte y descendente pero, por desgracia, la gran mayoría de ellas acaban en el mar.

 

 

 

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