Adiós a todo eso…

Francisco Pomares
Naviera Armas-Trasmediterránea ha dejado de ser, definitivamente, una naviera canaria. Lo que se temía desde que la familia Armas perdió el timón tras el naufragio financiero de la compra de Trasmediterránea a Acciona, se ha confirmado: los fondos internacionales que se quedaron con la empresa tras ejecutar las garantías de su deuda, han vendido la mayor parte del negocio a Baleària, la naviera del valenciano Adolfo Utor. Con esta operación, aún pendiente del visto bueno de la CNMC, Baleària se hace con las rutas interinsulares de Canarias, las conexiones con la Península y el mar de Alborán, además de algunos activos en el Estrecho. El resto de esos activos se los ha apuntado la danesa DFDS, que pasaba por allí y se llevó un trozo de la tarta.
El proceso empezó hace meses, cuando los fondos –JP Morgan, Bain, Barings, Cheyne y Tresidor, nombres que suenan más a villanos de Marvel que a navieros– pusieron en venta la compañía. Desde el principio, dos grandes armadores valencianos se enzarzaron en la puja: Vicente Boluda, dueño de la mayor flota de remolcadores de Europa, y Adolfo Utor, propietario de Baleària, líder en ferris de pasajeros y mercancías. El botín estaba claro, y el mercado canario era la joya de la corona. Armas es la única naviera que une todas las islas entre sí, y mantener esos enlaces era tan estratégico como que haya gofio en el desayuno.
En Canarias, claro, se encendieron todas las alarmas. Nadie quería ver cómo la compañía perdía su raíz isleña. Y ahí apareció la fórmula ‘made in Canarias’: un par de influyentes empresarios locales –Rodolfo Núñez, presidente de Binter y expresidente de CajaCanarias, y Germán Suárez, de Astican y del Clúster Marítimo– optaron por aliarse con Boluda para presentar una oferta con sello de aquí. La idea era sencilla: los canarios y Boluda se quedaban con las rutas interinsulares, y el valenciano se encargaba de las conexiones con la Península. Una especie de custodia compartida en las aguas canarias, y de entrega total a Boluda fuera de ellas.
El contrincante de Boluda, Utor, puso sobre la mesa otro discurso: cohesión territorial, españolidad y solvencia financiera. Prometió recoger el testigo de Armas y Trasmediterránea y garantizar la estabilidad del transporte marítimo. Y, sobre todo, enseñó su chequera. Baleària facturó casi 700 millones el año pasado y, con la integración de Armas, pasará holgadamente de los mil millones. Entre la canariedad y el músculo financiero, los fondos propietarios no lo dudaron.
El resultado es que Baleària se queda con quince barcos, 1.500 empleados y concesiones portuarias críticas en Canarias y la Península. DFDS recoge las sobras en el Estrecho. Y la alianza canaria no se comió una rosca: nos deja una bonita foto de familia, con masajeo de espaldas del Gobierno. Y un par de titulares sobre la importancia de apostar por lo local, irrelevantes cuando se trató de tocar la caja registradora.
Podría decirse que se trata de un final inevitable. Desde que en 2018 la familia Armas decidió dar el salto comprando Trasmediterránea, la deuda –más de 500 millones– fue creciendo como una ola imposible de surfear. Lo que se celebró como la conquista canaria del Mediterráneo se ha convertido en un lastre que acabó hundiendo a la compañía y poniéndola en manos de los fondos. Lo demás era cuestión de tiempo.
Ahora Baleària recoge el testigo con un discurso bien pulido sobre modernidad y cohesión: el ganador de la pelea, Utor, asegura que se trata de garantizar el futuro de los trabajadores y de la conectividad de las islas. El relato es impecable. Pero la realidad resulta bastante decepcionante: Canarias pierde el control de su naviera. Armas y Trasmediterránea, dos nombres inseparables de la historia marítima del Archipiélago, pasan a formar parte de un grupo balear sin ninguna participación de aquí. Y por mucho que lo ocurrido se maquille con promesas de estabilidad y sinergias, no deja de ser una pésima noticia. En un territorio fragmentado, donde el mar es nuestra principal carretera, perder la naviera que junto a Fred. Olsen vertebra el transporte interinsular, equivale a perder un trozo de soberanía económica.
Esta derrota no es solo empresarial: también es política. Ni el Gobierno ni la iniciativa isleña han logrado asegurar siquiera un pedazo de control canario en la operación. Al final, la historia de Armas se parece demasiado a esas pelis que uno sabe cómo terminan desde la primera secuencia: un rico protagonista asfixiado por las deudas, los fondos haciendo caja, y los locales gimoteando desde el muelle mientras el barco se aleja… En fin. Así es con demasiada frecuencia nuestra historia.