Algo más que un amago

Francisco Pomares
Durante los últimos meses, Coalición Canaria ha caminado sobre la cuerda floja, apoyando al Gobierno de Pedro Sánchez sin entusiasmo, pero con lealtad. Recordando, cada vez que ha podido, su independencia crítica, pero sin dar el más mínimo paso que pudiera comprometer la estabilidad de la legislatura. Una postura incómoda y, además, no demasiado eficaz: más allá de la propaganda, el cumplimiento de la Agenda Canaria por parte del Gobierno de Sánchez —los compromisos de legislatura suscritos por el PSOE con Coalición— se ha instalado en un proceso de escasa enjundia, planteado desde el más absoluto desinterés y con una actitud ramplona y cicatera por parte del PSOE.
Ni siquiera en la que ha sido la cuestión clave de esta primera mitad de legislatura —la cuestión migratoria, y especialmente la solución al problema de los menores migrantes— el PSOE ha estado a la altura. Clavijo tuvo que embarcarse personalmente en la negociación de las soluciones planteadas por el propio PSOE, poco interesado en que se resolviera nada. La aprobación de la reforma de la Ley de Extranjería fue el resultado de una gestión personal de Clavijo, esta vez con Junts, para lograr su voto a favor. Fue una gestión eficaz desde el punto de vista político, pero también la aceptación de unas condiciones inaceptables: la consideración de Cataluña como ajena al compromiso de distribución de menores. Aún así, es justo recordar que, después de Canarias, Cataluña ha sido la región que más menores ha aceptado, hasta el extremo de que su cupo está casi cubierto. Pero es impresentable que la Generalitat presuma de acoger los 39 menores que le tocan solo como “acto voluntario”. En este país estamos perdiendo la cabeza…
Pero al grano: el pacto a dos bandas de Clavijo —con el PP en Canarias, con el PSOE en Madrid— le ha permitido mantener su doble rol: presidente regional que sacó a la izquierda del poder en Canarias y líder de un nacionalismo útil para el Gobierno de Sánchez. Quizá todo eso haya cambiado. Sus declaraciones, tanto en La Vanguardia como en el programa de Risto Mejide, marcan un punto de inflexión. Por primera vez, Clavijo sugiere que el Gobierno de Sánchez, al que aún apoya, está agotado, ha perdido los apoyos necesarios para sostenerse y debería someterse a una cuestión de confianza. No es una ocurrencia aislada: es una advertencia política en toda regla. Una forma elegante de decir que se acabó lo que se daba.
No es casual que este movimiento se produzca justo después de la desastrosa reunión del Comité Federal del PSOE, que más que reafirmar el liderazgo de Sánchez, evidenció su creciente aislamiento. Ni es casual que Clavijo hable de deterioro institucional, de huida hacia adelante y de falta de propuestas en el PSOE, cuando apenas faltaban horas para que Sánchez compareciera hoy ante el Parlamento para explicarse. Lo que está haciendo Clavijo es preparar el terreno para el giro. La paciente lealtad que Coalición ha mantenido con el PSOE —aunque no siempre correspondida— se ha agotado. La cuerda floja se tensa, y Coalición ya parece buscar otro acomodo.
Clavijo nunca ha ocultado que, en otro contexto, habría preferido un Gobierno no socialista en Moncloa, de hecho, apoyó al de Feijóo antes que al de Sánchez. Pero la aritmética parlamentaria y el precio de la estabilidad impusieron una lógica distinta a sus preferencias personales. Esa lógica ha funcionado porque Coalición obtenía alguna contrapartida, y porque el coste político de apoyar al PSOE era asumible. Pero el panorama ha cambiado: el sanchismo ya no ofrece garantías a nadie. Ni a sus socios ni a sus propios militantes. La operación de desgaste institucional —la entrega del país a los indepes, los informes de la UCO, el ‘caso Cerdán’, las grabaciones de Koldo, las mordidas en el Ministerio de Ábalos, el putiferio, la renuncia de Salazar— ha destrozado al PSOE e inhabilitado su relato. Sánchez ya no es un socio fiable, y la Moncloa, más que un centro de pactos y acuerdos, se ha convertido en un epicentro de sospechas. Clavijo habrá tomado nota: si el nacionalismo canario aspira a seguir siendo útil, deberá buscar otra interlocución en Madrid.
La legislatura está en juego, y con ella el rol de Coalición en el Congreso. Con una diputada que vota sola, pero cuya utilidad puede multiplicarse si se convierte en llave de otras alternativas, las declaraciones de Clavijo parecen anticipar un escenario en el que el PSOE ya no podrá contar con el voto de Cristina Valido, salvo que cambie de líder, de estrategia o de relación con Canarias. A diferencia de otros socios de legislatura, Valido no ha jugado al chantaje ni al maximalismo. Ha votado lo que consideraba justo para Canarias, ha sido razonable en sus exigencias y ha evitado el ruido. Pero ahora se plantea una impugnación al liderazgo de Sánchez, basada en la duda razonable sobre su capacidad para sostener la legislatura y controlar su partido. Clavijo no le pide directamente que se vaya; pero sí que se someta al Parlamento, que pida permiso para seguir y se exponga al juicio de sus pares. Si las elecciones se precipitan, Coalición quiere estar bien colocada en el nuevo mapa.