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Alicia y el león cobarde

Mar Arias

 

Tengo una gata que personifica aquello de que la “curiosidad mató al gato”. Si cuando Lewis Carrol se puso a escribir Alicia en el país de las maravillas, la hubiera conocido, el libro no lo hubiera protagonizado una niña, a buen seguro que habría sido la loca de mi gata. Ella es peor que cualquier niña indomable. Tiene ya cinco años y sigue haciendo las mismas cosas que hacía cuando apenas era un cachorro que cabía en la palma de mi mano. Todo le resulta interesante y cualquier papel, plástico o goma del pelo constituye un juego emocionante. De hecho, mi presupuesto en gomas del pelo se ha incrementado notablemente desde hace un lustro. El día que mueva el frigorífico, sé que habrá tras de él un arsenal de elásticos de colores. Ella, Pixie, es mi Alicia, pero no es el único peludo que comparte casa con nosotros.

 

Pixie, la Alicia gatuna y un poco "ladronzuela".

 

Además, tengo un león cobarde, igualito que el del Mago de Oz. Mi gato Maxi, (mi marido se empeñó en llamarle Mazinger z, ya saben somos esa generación que da la lata constantemente con la EGB y lo maravillosos que fueron aquellos años, pero qué quieren que les diga, eso no es un nombre para un gato, cuando lo vas a llamar ya se ha marchado a la otra punta de la casa, así que se quedó en Maxi), pues Maxi, que me enredo, llegó aún más pequeño a casa. Le dimos el biberón, no digo más. Ha estado siempre cuidado como un auténtico rajá y a día de hoy es un oso, más parece un gato montés, dado su tamaño y sus dimensiones, que un minino adoptado cualesquiera. Come su comida, la de la loca, y la nuestra. Es zalamero y mimoso. Duerme (duermen) conmigo y se levantan cuando me levanto, vamos, que no es que haya sufrido ningún tipo de problema. Pues mi precioso gatazo, es lo más miedoso que nadie pueda imaginar. Si escucha un ruido, no es que se asuste y se ponga alerta, es que se mete debajo de la cama y no sale hasta pasado un buen rato. Si viene algún desconocido a casa y lo ve, y se asusta porque es grande, apenas tiene tiempo de hacerlo porque el pobre Maxi, ya se asustado más aún y pasará horas debajo del sofá o metido en un armario.

 

Maxi, el león cobarde y mimoso. 

 

No se parecen nada entre ellos. Cada uno tiene su carácter y su personalidad, pero ellos son mi familia peluda, mi Alicia y mi León cobarde. Cuando me voy unos días de vacaciones, a la vuelta, ella, ejerciendo de lo suyo, salta y brinca a nuestro alrededor como si nunca nos hubiéramos ido. Él no me ‘habla’, sobre todo a mí que es con quien más se ofende. Me da la espalda, se hace el loco, me ignora… eso le suele durar unas horas hasta que él cree que ya me ha castigado bastante y entonces sale de su escondite y se deja acariciar, besar y mimar. Luego sí, luego ya vuelven a ser los dos los de siempre, en su casa y con su familia. Ocupando su espacio.

 

Escribo todo esto para dejar claro que a la mayoría de las personas que vivimos con animales, no nos hace falta una Ley que nos obligue a cuidarlos. Los queremos y aceptamos tal y como son. Las leyes son necesarias y hacen falta para los mismos de siempre. La gente normal, la mayoría, no maltrata ni a un animal, ni a una mujer, ni a un niño, ni roba, ni mata... pero esa gente existe, y está entre nosotros. Lo vemos en las noticias, perros apaleados, gatos quemados, gente que les pone petardos o les pega los ojos con pegamento… una serie de barrabasadas que no caben en cabeza humana, pero que ocurren. Y, de hecho, no todos los gatos y los perros viven con una familia que los proteja y los quiera. Por desgracia, incluso a veces sus propios dueños son su peor pesadilla.

 

Así que sí, sí es preciso regular muchas cosas que nos parecen innecesarias porque las cosas malas pasan y si se pueden evitar, se deben evitar. Son necesarias leyes que impidan que quien les hace daño salga impune, y no creo que a nadie le pueda parecer innecesario que se erradique precisamente eso, el mal.

 

** Y sí, un poco me apetecía presumir de gatos. 

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