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Aquí, en Lanzarote

Fran J. Luis

 

 

 

La población de Lanzarote ha crecido mucho en los últimos años. Hemos pasado de los 98 mil habitantes en 2002 hasta los 156 mil en 2021. Y no es de extrañar, ya que esta isla reúne, bajo mi humilde punto de vista, todos los requisitos para ser un verdadero paraíso: un maravilloso clima, unas fantásticas playas, un paisaje cautivador, una tranquilidad envidiable y, en general, una calidad de vida que otros lugares no tienen. Por todo esto no es raro que cada vez más gente venga a vivir aquí.

 

Ese fue mi caso. Llegué de Tenerife hace casi 16 años, en agosto del 2006, con la intención de emprender un viaje en la vida que no sabía hacia dónde me iba a llevar. Un viaje en pareja con algunas incertidumbres: una nueva vida, un nuevo trabajo, nuevas amistades… pero con la ilusión de empezar un nuevo camino. No me defraudó.

 

Desembarqué en esta isla después de haber vivido en las dos capitales de Canarias. Esto me dotaba de un ligero aire de superioridad del que hacemos gala los que provenimos de sitios más poblados, pero que con el tiempo se difuminó hasta poder detectarlo yo mismo en otras personas. Cada vez que alguien me hablaba sobre lo poco desarrollada que estaba Lanzarote brotaba en mi un sentimiento de indignación y la necesidad de explicar todas las cosas positivas de la isla defendiendo, a capa y espada y como un conejero más, esa supuesta falta de desarrollo. En ese momento, me di cuenta de que, pasara lo que pasase, me iba a quedar a vivir aquí. Y así ha sido.

 

Por eso no es de extrañar que podamos observar una amalgama de culturas, gentes y costumbres a lo largo de esta pequeña isla. Todas ellas con un sentimiento similar hacia un lugar casi mágico del que no te puedes escapar, que te atrapa irremediablemente. Un magnetismo volcánico que te obliga a querer volver a tu nueva tierra cada vez que sales de ella.

 

También he conocido a gente que sistemáticamente renegaba de esta isla, minusvalorándola con respecto a sus “maravillosas” ciudades o pueblos. Normalmente dentro de un perfil de persona que nunca llega a conectar con nuestra gente y nuestra idiosincrasia. Afortunadamente, con el tiempo suelen regresar a sus lugares de origen y nos hacen la vida más tranquila a los que nos quedamos. 

 

Una tranquilidad a la que me he acostumbrado y que me impide soportar grandes colas de tráfico, centros comerciales abarrotados y superpoblación generalizada, algo que hace años era mi día a día. Cuando viajo, disfruto de esas aglomeraciones desde el punto de vista de una persona totalmente ajena a ese tipo de situaciones, sabiendo que es cuestión de días regresar a mi entorno. Creo que volver a lidiar con todo eso me haría menos feliz de lo que actualmente soy y la búsqueda de la felicidad es uno de los propósitos vitales más importantes que actualmente tengo. Hace unos días una gran amiga argentina me decía: “No sé cómo he podido venir de un sitio tan lejano a esta islita perdida y ser tan feliz”. Nos abrazamos y le contesté: “Te entiendo perfectamente, a mí me pasa lo mismo”.

 

No sé lo que ocurrirá en mi vida en un futuro, pero creo que lo que tenga que ser, será aquí, en Lanzarote.

 

 

 

 

 

 

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