Aranceles: comienza la partida
Donald Trump nos entretiene todos los días: lo suyo es un no parar, un permanente y constante sacudir el tablero de la política mundial (y de su propia política doméstica) con decisiones que se mueven desde lo aterrador a lo cómico, pero siempre dentro del juego de la intimidación, una estrategia que todo lo polariza y divide, y le convierte a él en referencia constante. Su revolución autoritaria se centró ayer en la política comercial, imponiendo aranceles del 25 por ciento a Canadá y México, y de un diez por ciento a los productos chinos. Todo ello con propósitos benévolos, porque Trump no da puntada sin hilo. Es capaz de defender los intereses de los sufridos productores estadounidenses, con el recurso a políticas que –además- lograran el milagro de acabar con la inmigración y el tráfico de fentanilo.
En fin… reforzar la industria patria a golpe de decreto, forma parte del ideario tradicional de la izquierda, pero vivimos en un mundo sometido a ideas mestizas, quizá producto de digerir tanta gastronomía fusión, en el que la derecha aplica políticas proteccionistas o incluso autárquicas, con aires de inspiración izquierdista, y la izquierda se desparrama en el recurso al pensamiento nacional católico, imponiendo inquisiciones, cancelaciones y nuevos cultos al liderazgo de hombres fuertes. El manual de comercio de Trump tiene de todo, pero es muy simple: más barreras, menos competencia y precios más altos. Los aranceles a China son muy inferiores a los que Trump prometió en campaña, pero se suman a los ya existentes, y es difícil entender como esa subida beneficiará a la economía. La industria manufacturera depende de insumos chinos y, con impuestos más altos, aumentará lo que cuesta producir, y por tanto el precio de los bienes. Pero para la lógica del trumpismo, eso es secundario: lo importante es ofrecer una imagen de fuerza y dureza, de respuesta y revancha. Puro patriotismo.
Canadá es el principal proveedor de petróleo de EEUU, con 4,6 millones de barriles diarios. México aporta una cantidad inferior, pero no desdeñable, más de medio millón. Ahora, con aranceles del 25 por ciento, el petróleo se encarecerá, afectando directamente al bolsillo de los consumidores del país. Claro que siempre se puede culpar de las subidas a chinos, canadienses y mexicanos. Para añadir incertidumbre, la Casa Blanca no aclaró si habrá exenciones. La portavoz Leavitt, respondió con la vaguedad habitual a las preguntas. Quizá Trump decida librar de arancel al petróleo canadiense y mexicano… o no. El suspense es parte del estilo Trump.
Es lógico que el anuncio de aranceles no haya sido recibido con mucho entusiasmo por los castigados. Mark Carney, candidato a suceder a Trudeau como líder del Partido Liberal canadiense, se descolgó ayer jurando que su país no se doblegará: “nunca bajaremos la cabeza ante un matón”, dijo. Las ideas fuerza de Trump no suelen ser originales: los canadienses ya se han enfrentado a subidas arbitrarias de aranceles en el pasado Canadá ya ha vivido esto antes, sabe que la clave es resistir. La pregunta es si el gobierno está realmente dispuesto a responder con sus propias medidas, como ha advertido Carney. Si lo hace, el impacto de las tensiones comerciales podría ir más allá de una simple disputa arancelaria. Canadá ha sido socio estratégico de EEUU durante décadas. Maltratar a tu socio erosiona su confianza y afecta no sólo a las inversiones a largo plazo. Pero en la visión trumpista, la diplomacia es para débiles. Es mejor manejar la economía como si fuera un reality. Porque no hay que engañarse: estos aranceles no solo tienen un propósito económico. Son una baza populista: Trump quiere presentarse a sus bases como el gran defensor de la industria patria. El problema es que los afectados serán los consumidores y las empresas de su propio país. Pero eso tiende a ser irrelevante cuando lo que importa es imponer la narrativa.
Mientras, una pasmada Europa observa asombrada, incrédula y resignada. No es la primera vez que el proteccionismo estadounidense desequilibra los mercados internacionales, y Bruselas sabe que las alteraciones globales tienen un coste para la economía del continente. El encarecimiento de los productos estadounidenses y los posibles reajustes en la política comercial china frenarán las exportaciones europeas y obligarán a Europa a proteger su propio mercado. La Unión, normalmente cauta en sus reacciones, podría abrirse a estrechar lazos con China y Canadá para evitar la dependencia de Washington. La guerra comercial de EEUU y China ya afectó a la exportación europea.
La historia demuestra que el proteccionismo rara vez funciona como esperan sus propagandistas. El riesgo de provocar una escalada de represalias de los países afectados, una inflación mayor y la pérdida de competitividad de las empresas occidentales es muy real. Pero nada de eso parece importar a Trump: ha construido su carrera desde la convicción de que su beligerancia impredecible es su mayor virtud.