Así que eso era la vida

Mar Arias
Caminando hacia el trabajo pensaba en la tranquilidad del recorrido en estos primeros días de septiembre. Aclaro que en mi trayectoria diaria me cruzo con los alumnos de un instituto y un colegio, ambos todavía en periodo inactivo. En apenas una semana, lo que ahora es sosiego y silencio relativo, se convertirá en una ebullición de hormonas andantes y gritos infantiles. Madres y padres tristes, algunos, otros felices de volver a disponer de su propia existencia…
Volverá la vida a las calles y comenzará un año más porque, sí, de alguna manera, desde nuestra época de estudiantes los años van de septiembre a septiembre, del final de unas vacaciones al final de las siguientes. Todos seguimos siendo niños en algún rincón de nuestra cabeza.
Recordaba, justo pensando en eso, en cuando era yo la que hacía ese recorrido, en otras tierras más extremas, pero con pocas diferencias. La cara de sueño, el desayuno a medio tomar, el zumo (rápido, rápido, que se van las vitaminas), el uniforme probablemente mal abrochado, las medias medio caídas y las coletas tirantes y el pelo oliendo a colonia, Nenuco, probablemente, pensando en todo lo que traería por delante el nuevo curso. Tal vez soñando con los recreos y, también, porque no decirlo, con las clases de literatura y teniendo pesadillas con las de matemáticas y las de física. Pensaba en esa corta distancia entre mi casa y el colegio, y en todo lo que pasaba en ella. Amigas, compañeras, vecinos a los que te cruzabas a diario, mi propia madre, profesora, que siempre iba corriendo y llegaba justita. Y a la monja de la portería riñéndome a mí por no reñirla a ella.
Haciendo el actual recorrido en la isla, he visto crecer a muchos chinijos, amigos de mis propios hijos… Pasaron de no llegarme a la rodilla a saludarme mirando hacia abajo. He pasado de ser la hija de Cecilia a la madre de Ale y de Carlos… De ponerles la merienda o el desayuno a dos niños somnolientos o exigirles que bajen la música a mis jovenzuelos para poder escuchar mis pensamientos.
Pronto, mucho antes de lo que ellos mismos pueden imaginar, serán ellos los que vayan a trabajar y se crucen con otros niños que, también antes de lo esperado, serán de su altura o incluso más altos. Y en estos pequeños recorridos se nos va la vida, pensando que va a ocurrir algo grande, algo especial, una gran aventura que lo cambie todo, pero la vida es eso, que no es poco.
La sonrisa de los niños, el flamboyano de la esquina del instituto que con sus cambios de colores va marcando el transcurrir de los meses, las ganas de regresar a casa para ver a mis hijos o de que llegue el viernes para ver a mi marido, o la Navidad para que regresen mis padres… los atardeceres espectaculares que septiembre deja en nuestra bella isla… espero que tengan ustedes un feliz inicio de curso, tengan la edad que tengan.