Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

 

La sola mención de una candidatura nacionalista unitaria para las próximas legislativas ha provocado en Nueva Canarias un rebote de manual. El sábado, Luis Campos, respondió con dureza a la propuesta de Municipalistas Primero Canarias para articular una lista común al Congreso que agrupe a todas las fuerzas de obediencia isleña. Asumiendo el papel de marido engañado, Campos calificó la propuesta de su anterior pareja de baile como “cínica”. Recordó que procede de “quienes han destruido, se han ido y han roto un espacio político que costó muchísimo tiempo construir”. Campos no ahorró munición. Dijo que Nueva Canarias “no se puede ir con los pirómanos que incendian y luego piden ayuda para reforestar”, y subrayó que “no se dan las condiciones” para un diálogo real, porque “hay muchas heridas abiertas”. Incluso enumeró a los malvados: “hay 23 personas que han traicionado a Nueva Canarias y a sus militantes”. De cuernos va la cosa.

 

La reacción, probablemente desmesurada para responder una simple invitación, revela la inseguridad de una organización que nació precisamente de una ruptura muy similar. Porque la propuesta de los municipalistas —volver a explorar un proyecto común de unidad nacionalista— evoca el espíritu de 1993, cuando las fuerzas de obediencia canaria decidieron caminar juntas.

 

Aquel año, los nacionalistas de todo el Archipiélago —desde los herreños de AHI, al PNC, pasando por los insularistas de AGI, API y ATI, el PIL de Dimas, Independientes de Fuerteventura, y la grancanaria Aigranc, pasando por el Centro Canario de Olarte, Iniciativa Canaria Nacionalista y Asamblea Majorera, confluyeron en Coalición Canaria. El resultado fue un éxito histórico: el Gobierno regional y cuatro diputados en el Congreso, frente al solitario escaño que Coalición mantiene hoy. Y así fue durante casi una década, hasta el cisma de Román Rodríguez tras no revalidar su candidatura a la Presidencia del Gobierno. Coalición logró en las elecciones al Congreso porcentajes similares e incluso superiores a los del PNV en el País Vasco o Convergència i Unió en Cataluña.  Y en las regionales y locales, el nacionalismo isleño llegó a ser hegemónico.

 

Ese doble comportamiento electoral se explica en el hecho de que en Canarias existe una suerte de “doble disciplina” en el voto. Muchos ciudadanos que en las regionales y locales respaldan sin dudar a Coalición, prefieren apoyar al PP en las generales, especialmente en islas de voto más conservador como Tenerife y La Palma. La política canaria siempre ha convivido con esa dualidad: se vota nacionalismo para gobernar la casa, pero a la hora de elegir quién se sienta en Madrid, una parte del electorado se decanta por la derecha nacional, que percibe como un voto más útil. Aún así, la omnipresencia de Coalición en la vida política regional influyó en un paulatino cambio de percepción de sus propios votantes, hoy mucho más próximos a considerarse de ideología nacionalista de lo que lo eran en 1993, En 1996, apenas tres años después de haberse convertido Manuel Hermoso en Presidente del Gobierno, los votantes de Coalición ya aceptaban el nacionalismo y –mayoritariamente- se sentían “más canarios que españoles”.

 

El proyecto de Coalición demostró que un nacionalismo unido podía competir de tú a tú con los grandes partidos estatales en el Parlamento canario y en los cabildos. Dio estabilidad, presencia en Madrid y una voz común en momentos decisivos para el Régimen Económico y Fiscal, la financiación autonómica o las negociaciones con Bruselas. Pero esa fuerza se diluyó cuando la mayoría de ICAN, liderada por Román Rodríguez, decidió romper para fundar Nueva Canarias. Fue una operación diseñada a la medida de la frustración personal de Román por perder la Presidencia y terminó fragmentando el espacio político nacionalista.

 

Treinta años después, el mapa ha cambiado mucho, pero el diagnóstico es muy parecido: un nacionalismo dividido es un nacionalismo débil. Coalición conserva su estructura tradicional; Nueva Canarias se debate entre depender del PSOE o exhibir una identidad diferenciada; y surge una plataforma municipalista que reclama volver a la casilla de salida. Su propuesta es una invitación a repensar si el nacionalismo en las islas puede recuperar su voz unitaria.

 

La furibunda respuesta de NC muestra hasta qué punto esa idea les incomoda. Tal vez porque pone en evidencia una verdad incómoda: la división actual del nacionalismo no es fruto de inevitables diferencias ideológicas, sino de ambiciones personales y viejas rencillas que nada tienen que ver con el interés de Canarias. Recuperar el espíritu del 93 no es imposible. Lo difícil es que quienes se beneficiaron de la ruptura acepten que la historia les ha pasado factura.


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