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Besos al cielo

 

  • Lancelot Digital
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    Este lunes, después de la paliza electoral, y no lo digo porque algunos sean un poco palizas, que también, sino por lo que nos suele tocar a los compañeros de la prensa en estas interminables jornadas electorales, me llevé un gran disgusto. El marido de una muy buena amiga fallecía repentinamente tras sufrir un infarto cerebral a los 52 años. Estaba ahí, hablando, riendo, siendo él, y de repente, ya no estaba. No hay palabras para consolar a alguien que ha visto como su mundo entero se transformaba de un minuto para otro y que se queda sola con una adolescente.  

     

    Lo cierto es que cuando ocurren estas cosas, cuando te asomas de lleno al vacío tan infinito que supone una pérdida tan devastadora, te das cuenta de lo que realmente importa en la vida. Y no, no es llegar más alto que nadie, y alcanzar todas tus metas, cueste lo que cueste. Eso no te lo llevas.

     

    En los momentos de pérdida las cosas se clarifican de una manera bastante brutal. Te paras a pensar si has aprovechado suficientemente todo el tiempo que la vida te ha dado con esa persona y, lógicamente, porque los seres humanos somos imperfectos y acumulamos mucha culpa, te sientes mal por todo lo que podrías haber hecho.

     

    Es poco lo que se puede decir para dar ánimo en una circunstancia así, al margen de ofrecer todo tu apoyo. Pero lo que sí está en mi mano es recordarle todas esas instantáneas de vida que han marcado su camino juntos, lo que deja, lo construido, su legado del que ella y su hija forman parte. Es recordarle lo que queda. Te llevas los buenos ratos, los besos pringosos de tus hijos, el apoyo y el cariño de tus padres, la complicidad de tu pareja, te llevas los momentos compartidos y disfrutados, y no siempre disponemos de tiempo suficiente como para atesorarlos.

     

    Y sobre todo el convencimiento de que la mano de quien nos ha querido nunca nos abandona, nos acompaña y guía durante todos nuestros días. Es preciso para mí creerlo así. Son muchas las dudas que pueden surgir ante lo que ocurre después de la muerte, pero estoy segura de que todos ellos, nuestros abuelos, tíos, amigos y seres queridos que ya no están, estarán ahí. En lo que quede, sea lo que sea.

     

    No es mucho lo que puedo aportar, pero te deseo un buen viaje de todo corazón, Felipe, y te pido que no sueltes de la mano ni a Lucía, ni a Sara.

     

    A todos los demás, entre proceso electoral y proceso electoral, no se olviden de vivir, de disfrutar, de respirar y de atesorar recuerdos de esos que siempre nos van a acompañar hasta que deje de sonar la banda sonora de nuestras vidas.

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