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Bravo*

Por Francisco Pomares

 

 

No tengo objeción alguna que hacer a la personalísima decisión de Bravo de seguir en política. Es verdad que no cuenta con el apoyo del partido en el que ha militado las últimas décadas, que ya está bastante mayor y que hasta su hijo considera que se equivoca. Pero cada cual es libre de hacer con su vida, con su prestigio y con su trayectoria, exactamente lo que se le antoje. Bravo no es un recién llegado a esto: sabe que –con muchísima suerte y si el viento le es favorable- la plancha que consiga hilvanar conseguirá apenas tres o cuatro consejeros. Los suficientes para influir en la conformación del próximo Cabildo, pero quizá no para tener una posición determinante.

 

La aventura de Bravo comporta riesgos, incluyendo el de repetir el patetismo de otros tránsitos políticos hacia la insignificancia, como el de Olarte, o el de darse ya un batacazo morrocotudo y que no le vote ni siquiera su propia familia. Pero es difícil no sentir simpatía por un tipo preparado, educado, culto y sin embargo peleón, que lo ha sido todo en la política canaria y se resiste a que lo jubilen de malas maneras y le decreten paso obligatorio a situación de olvido. Hace cuatro años él andaba en su bufete de abogado, ganando un pastizal, según nos dicen las malas lenguas, y el PP le pidió que volviera. Renunció al despacho, y además hizo su trabajo, convirtiéndose en el político mejor valorado en Gran Canaria, muy por encima de Soria. Por supuesto que su mandato tiene luces y sombras, y hasta alguna sombra de ojo demasiado aficionada a los grandes viajes. Pero Bravo ha sabido conectar con la gente de la isla y ha recuperado en Gran Canaria un discurso insularista, presente desde siempre en el subconsciente colectivo. Bravo ha articulado un discurso político que hoy tiene algunos seguidores.

 

Pero Bravo se presenta a la reelección como presidente del Cabildo por un partido que no es el partido con el que ganó la presidencia, y sin renunciar a seguir en ella. Sabe perfectamente que no le pueden echar, porque no cabe una moción de censura en el último año de mandato. Ha decidido mantenerse en el ojo del huracán, seguir en el centro de la polémica y obtener rédito político de esa posición. Lo decente sería renunciar a la Presidencia. Pero aquí no hay nadie que haga lo que debe hacer. Bravo no iba a ser la excepción.

 

* O Casimiro Curbelo, cambiando un par de detalles.

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